Después de tantas y diferentes formas de celebrar la fiesta de Santa Teresa a lo largo de mi vida, este año, de manera inesperada, me encontré celebrando su fiesta en Ávila, su ciudad natal, en un día especial, dedicado a ella.
Cuando terminó la celebración, la experiencia que más cautivó mi atención como algo que no había vivido antes, fue el encuentro de María y Teresa de Jesús. Ese encuentro me evocó la importancia de salir al encuentro de otras personas y el acompañamiento. En las horas de la mañana al llegar a la Catedral de Ávila, encontré allí presente la imagen de ambas durante la celebración Eucarística en su honor, presidida por el arzobispo Bernardino Auza, Nuncio apostólico en España, y concelebraba con el Obispo de Ávila, José Rico García y muchos sacerdotes.
Fue una celebración solemne, en la que destaco la participación de personas de muchos lugares del mundo que peregrinaron a Ávila para celebrar esta fiesta. Pude palpar, con gran alegría que Teresa es una figura universal y que su vida aún inspira a personas de diversas edades y culturas. ¡Teresa con su profunda experiencia espiritual motiva y nos lleva a Dios!
A continuación de la Eucaristía fue la procesión con ambas imágenes, que después de su recorrido, terminó en la casa de Santa Teresa, donde permanecieron todo el día hasta la noche, cuando la imagen de María fue llevada de regreso a la Catedral. Fue llamativo y hasta emotivo ver cómo la imagen de Teresa la despedía a la puerta de su casa. En ese momento de despedida imaginé lo fructuoso que habría sido el encuentro de estas dos mujeres, llenas de Dios. Y recordé cómo un día María también se puso en camino y fue a prisa a visitar a su prima Isabel. En esta ocasión especial, vino a visitar a Teresa en el día de su fiesta.
Antes de que se separaran ambas imágenes, evocamos el momento en que Teresa buscó a María y la eligió como madre y compañera. Ella misma lo cuenta así: “Me acuerdo que cuando murió mi madre, tenía yo doce años de edad, poco menos. Cuando yo comencé a entender lo que había perdido, afligida, me fui a una imagen de nuestra Señora y le supliqué, con muchas lágrimas, que fuese mi madre. Me parece que, aunque se hizo con simpleza, me ha valido; porque he hallado a esta Virgen soberana muy claramente en cuanto la he encomendado y al fin, me ha tornado a sí” (Vida 1, 7).
Crecer y madurar tiene mucho que ver con las personas que deliberadamente elegimos para que nos acompañen en el camino de la vida. Teresa de Jesús, en uno de sus momentos más difíciles, eligió a María y esta elección tuvo un efecto tan benéfico que seguro luego pudo reconocer con gratitud, como lo hizo San Enrique: “siempre hallé en María una Madre”. Ojalá podamos ser buena compañía para quienes se encuentren con nosotras. Que sean encuentros que dejen huellas de amor por donde pasemos, como Jesús. (Beatriz Herrera STJ)