Así nos miramos a veces, sin zapatos, desde lo que nos falta y necesitamos, en este caso para andar cómodamente. Basta levantar la mirada para ampliarla y descentrarla de lo que nos encierra en nuestro pequeño mundo. Y vemos entonces los zapatos de otros y los pies de quienes no los tienen. E incluso a quienes no tienen pies.
Ya van siendo largos, y desde el principio muy duros, los días que pasan las personas que sufren tantas pérdidas por la erupción del volcán de La Palma. Y algo nos han movido el corazón esas imágenes, y otro poquito el bolsillo, para solidarizarnos y sentir con ellos, cercanos por amistad o familia, o lejanos pero tan humanamente iguales. Tal vez esto nos haya ayudado a sentir en esa piel, en sus zapatos, y a preguntarnos qué habríamos hecho en esos momentos de urgencia en los que hay que coger lo imprescindible y no volver a ver lo que dejamos, para comenzar una etapa llena de tanta incertidumbre y pérdidas como no podemos ni imaginar…
Todavía podemos hacer este ejercicio interior, si no lo hicimos hasta ahora. Y podrá ser como esa historia que recuerdo contada de muchas maneras: Un hombre se quejaba a Dios porque no tenía zapatos. Hasta que descubrió a alguien que no tenía pies. Desde ese momento, dejó de quejarse e incluso empezó a dar gracias por su suerte. Lo expresa de otra manera el poeta cubano José Martí: Cuando otros lloran sangre, ¿qué derecho tengo yo a llorar lágrimas?
El domingo pasado me ayudaba también escuchar en una homilía que sin oír las voces de nuestro alrededor no vivimos en la realidad. Y, sobre todo, sin esa escucha y esa mirada abiertas más allá de la propia piel y el propio dolorcillo, ¿seremos capaces de reconocer y agradecer nuestra suerte, como decía aquella historia?
¡Cuánto nos ayuda y acompaña para esto la experiencia de Teresa de Jesús!: Tiene presente el regalo y merced que le ha hecho Dios, adonde vio señales de grande amor, y alégrase se le ofrezca en qué le mostrar alguno[1]. Porque señales de grande amor, las tenemos y bien cerca… si nos ayudamos a mirar y escuchar tanto recibido y tanto bueno que otros viven y hacen por los demás; tanto -aunque sea poquito- que podemos hacer por otros: escuchar, estar al lado, aliviar, permanecer ofreciendo esperanza y luz… y entonces, como dice la Santa, alégrase.
Gratitud y alegría. Sin zapatos e incluso sin pies. Es insistente la palabra de quienes acompañan y sostienen como creyentes nuestra vida: Es tanto lo que recibimos del Señor, que a veces la tristeza tiene que ver con la ingratitud, con estar tan encerrado en sí mismo que uno se vuelve incapaz de reconocer los regalos de Dios. Si dejamos que el Señor nos saque de nuestro caparazón y nos cambie la vida, entonces podremos hacer realidad lo que pedía san Pablo: «Vivid siempre alegres» (Flp 4,4). Me refiero a esa alegría que se vive en comunión, que se comparte y se reparte, porque «hay más dicha en dar que en recibir» (Hch 20,35). Si nos concentramos en nuestras propias necesidades, nos condenamos a vivir con poca alegría.[2]
Suelo visitar el blog de Antonio Mas “Itinerario espiritual con Teresa de Jesús”, que hoy daba la palabra a Ana Giménez, y decía: Siempre partiremos de la Humanidad de Jesús, para aprender a ser más humanos y junto a Él más divinos… ¡Cómo me recuerda a lo que nos dice Enrique de Ossó en el prólogo de ese librito muy de su corazón escrito en Roma, en pleno pleito, poco antes de su muerte: representar a Jesús práctico, real, digámoslo así, y no teórico o ideal, vivo, personal… nuestro compañero, consuelo y alimento!
Comparto el deseo del Papa Francisco de vivir la vida abiertos a la realidad junto con quienes se nos regalan para el camino: Dejemos que el Señor venga a despertarnos, a pegarnos un sacudón en nuestra modorra, a liberarnos de la inercia. Desafiemos la costumbre, abramos bien los ojos y los oídos, y sobre todo el corazón, para dejarnos descolocar por lo que sucede a nuestro alrededor y por el grito de su Palabra viva y eficaz.
Todos palmeros, dice la solidaridad. Con los sin zapatos o los sin pies.
Isabel del Valle
[1] Teresa de Jesús. Camino de Perfección 36,12
[2] Papa Francisco. Gaudete et exultate, 122-128.137