«Que la vida no desmienta…»

Es octubre; para los teresianos, mes de Teresa de Jesús. “Obsequiad mucho a la Santa Madre y pedidle muchas gracias, que está de gracia… ante todo, imitad sus virtudes. Orad por las necesidades espirituales y temporales de la Compañía y de sus colegios…”, decía San Enrique.

Hoy escribo sintiéndome humildemente agraciada por pertenecer a esta “familia teresiana de Enrique de Ossó” y por haber recibido el gran regalo de “su herencia”: Contar con un itinerario espiritual teresiano totalmente personal -nadie puede vivirlo por mí-, y camino que hacemos con otras personas que queremos darnos luz y “hacernos espaldas” desde esa esencia cristiana: creer que cada persona es sagrada, es imagen de Dios, con “gran hermosura y dignidad” (1 Moradas 1,1).

Con una clave de vida: la de dejarnos amar, es decir, confiar. Y poner “eso poquito que puedo y es en mí” intentando hacer, como dice también la Santa: “lo que más os despertare a amar”. “Poniendo los ojos en Cristo” cada día como discípulas, en ese “tratar de amistad estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama” (V 8,5) y preguntándole cuál es su voluntad para nosotras (7M 3, 7). Así empieza y termina este itinerario, mirándonos en Quien nos ama y nos habita… Al final, como al principio, “poco me aprovecha estarme muy recogida a solas, proponiendo y prometiendo hacer maravillas por el servicio de nuestro Señor, si en saliendo de allí, que se ofrece la ocasión, lo hago todo al revés… Para esto es la oración, para que nazcan siempre obras, obras” (7 M 4,6).

Teresa de Jesús escribía para sus compañeras y compartía su sueño y lo que iba entendiendo por experiencia. A Enrique de Ossó le enamoró esta pasión teresiana de encontrar en Jesús a un Amigo y compañero con quien andar la vida y por quien entregarla; y esto quiso para los teresianos… soñó con esa regeneración social, miró a las jóvenes y preguntó: “¿Dónde está esa mano?, ¿quién renovará ese fuego?… Soñó con la educación como medio transformador de las personas y la sociedad, miró a las teresianas y le preguntó a sus amigos: “¿Dios lo quiere?, ¿Jesús lo quiere?, ¿Teresa de Jesús lo quiere?”… Teresa y Enrique, siempre soñadores inquietos buscando los caminos de Dios en su hoy.

En unas jornadas de vida religiosa, hace tiempo, escuché “el sueño” de Mª Dolores López Guzmán para nosotras. Así nos miraba y compartía esta teóloga laica, madre de un antiguo alumno teresiano: “Sueño una vida religiosa pobre, misionera; menos preocupada por los destinos y más por la misión… siempre que sea para alabanza de Dios; que crea que los frutos le corresponden a Dios, pues lo nuestro es solo transmitir su amor; que lea los signos de los tiempos y sus “gritos”; que no discierna sobre números y obras inmediatos, sino sobre cómo amamos, y qué rostro de Dios queremos que prevalezca en lo que hacemos. Una vida religiosa que pregunte al mundo y a Dios: qué puedo hacer por ti. Que dé la vida con los otros y por los otros. Expertas en comunión, con la mística del encuentro, de la escucha, del interés por el otro, para ayudar al mundo a despertar a la verdadera realidad y a Dios: denunciar injusticias y anunciar a Dios[1]. Y que la vida no desmienta con las obras, que sólo basta Dios”.

 “Que la vida no desmienta con las obras” es camino de hacer verdad en la vida. ¿A quién preguntaremos nosotras para “desengañarnos”[2] y ayudarnos a vivir lo que decimos y deseamos?


[1] Papa Francisco

[2] Vida 16,7

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