Jesús, refiriéndose a Natanael dice: «He ahí un israelita que no conoce la maldad».
Eso mismo podemos afirmar de Natividad: una persona que destacó por su honradez, rectitud y sentido de la verdad.
Natividad nació en San Sebastián el 4 de junio de 1929. Entró en la Compañía, en Tortosa, en la tanda de Santa Teresa de 1947 y realizó su misión en Oviedo, Zaragoza, Madrid, Valladolid, Salamanca, Toledo y Ávila.
Merece destacarse su amor a la Compañía que manifestaba en su vida y contagiaba desde las responsabilidades que tenía.
Identificada con Teresa y Enrique, conocía al dedillo las obras de la Santa y aplicaba los textos frecuentemente en su conversación y sus trabajos.
Trabajadora incansable en todas las misiones y servicios. El Señor le regaló una capacidad intelectual extraordinaria y la puso al servicio de los intereses de Jesús como profesora, delegada provincial de educación, coordinadora provincial, junta de CONFER…
Su sentido del deber en todas las facetas de la vida: su vida personal, su consagración, en las responsabilidades que tuvo en la Compañía y en la colaboración con otras organizaciones.
La actitud de ayudar y procurar el bien de las hermanas en todos los campos. Muchas podemos recordar sus años de prefecta provincial, siendo ella bien joven, se ponía a la altura de las demás para acompañarnos, orientarnos y hacer que saliera lo mejor de cada una.
Muchas hermanas son testigos de su afán incansable, organizando cursillos para las hermanas y para los laicos que trabajan en los colegios y enviando a otros cursillos de organizaciones que eran pioneras en la enseñanza. No miraba el sacrificio ni el coste económico. Lo importante era la formación y preparación de las hermanas y de los colegios.
Su afán por la lectura para «estar al día» de lo que pasaba en el mundo y comunicarlo a las demás. Hasta bien avanzada su enfermedad disfrutaba con la lectura del periódico todos los días.
Su sencillez y humildad, que ha demostrado hasta en su última etapa: cómo aceptó su enfermedad, en los principios del alzhéimer era consciente de su deterioro y decía muchas veces: “la memoria me la dio el Señor cuando la necesitaba, ahora ya no la necesito.”
Hoy agradecemos su vida, sus palabras y su silencio. Nos alegramos con ella y por ella porque ya está con el Señor de su vida y descansa en Dios.