El día 28 de octubre de 2024, a las 13:30 fallecía en Ávila- Residencia nuestra Hna. Mª Teresa Prieto Martín. Tenía 98 años.
Había nacido en Barreras, un pueblo de la provincia de Salamanca. Era la mayor de siete hermanos y en el hogar familiar, desde bien pequeña, empezó a practicar el cuidado y la atención a los demás. Se podría decir que aprendió a ser la primera en el servicio y la última en las comodidades, o dicho de otro modo: “para los demás lo mejor, para mí lo peor”, pero siempre con alegría y naturalidad.
Entró en la Compañía en Tortosa, en 1949. Después de su primera profesión fue destinada a Las Palmas y allí hizo los votos perpetuos en 1957. Estuvo también en las comunidades de Calahorra, Tortosa, Barcelona-Gracia, Pamplona, San Sebastián y Ávila, donde llegó en 2010.
Fue una hermana generosa y entregada sin medida en el servicio de enfermera. Siempre a punto, salía al paso de las necesidades que intuía, quitaba trabajo a las demás, cuidaba con esmero, se interesaba por todas… Imposible silenciar algunos testimonios de hermanas que han convivido con ella en diferentes comunidades: “… en ella vi lo que era la santidad en la tierra, la entrega a los hermanos, la cercanía, el cariño que se demuestra en la sonrisa, el servicio y la alegría teresiana.” “Es poco decir que era buena. Era excepcional. Su sencillez, alegría y servicio a todas no tenían límites. Era comunicativa, cariñosa y fiel.” “Fue una magnífica enfermera, sacrificada y disponible para atender, animar, cuidar…” “…para muchas de nosotras ha sido un ejemplo de servicio generoso y gratuito en la enfermería del Noviciado”. Para su familia fue algo así como la prolongación de una madre, siempre atenta a las necesidades de mayores y pequeños, preocupada y ocupada en hacerles el mayor bien posible.
Todo esto era sostenido por un Amor más grande. El Evangelio, Sta. Teresa y Enrique de Ossó nutrían sus raíces.
La sordera que padeció en los últimos años le impedía relacionarse con fluidez y espontaneidad. No podía participar en las conversaciones comunitarias, seguía con dificultad las oraciones en común y esta limitación le hacía sufrir. Tuvo que aceptar también los cuidados que tanto había prodigado y esto le llevó a aprender la difícil lección de dejarse cuidar.
El Señor le regaló en la recta final mucha paz y mucha serenidad. Se fue apagando como la velita que había alumbrado a todos los de la casa. Ahora podemos dar gracias a Dios por las maravillas que hizo en ella.