Es una de las más hermosas características del barrio que vivimos desde nuestra llegada a él. Ya había comenzado la costumbre unos años antes y en estos encuentros participaba yo, M. Victoria Molins, desde que me había incorporado a la misión y a sus reuniones, aún antes de vivir aquí.
Una vez al mes, siempre el último viernes, nos reunimos a última hora del día en uno de los pisos de la comunidad que, por turnos, se convierte en anfitrión.
Desde la pandemia y poco después del confinamiento más aislado, decidimos hacerlo por Zoom y así nos comunicábamos cómo íbamos actuando las distintas obras sociales en las que estábamos metidos, las dificultades, los logros, la manera de reinventarnos en medio de los retos que presentaba la nueva situación. Pero, durante todo ese tiempo, no nos habíamos reunido presencialmente.
Decidimos hacerlo como “despedida” del curso donde acostumbramos otros años por tener más espacio y casi diría “por tradición”: en el albergue de San Juan de Dios, donde viven los Hermanos de esa Congregación tan querida en el ámbito social. Y con una paella que el director y su hermana que vive y trabaja en el albergue, nos acostumbran a ofrecer como buenos valencianos.
Comenzamos, como siempre, con una Eucaristía muy participada –no sin antes abrazarnos conmovidos y conmovidas por el reencuentro tan deseado- y con la presentación de los nuevos que durante ese tiempo habían sido agregados por destino a las comunidades. Así mismo despedimos a nuestra “abadesa” –cargo simbólico y divertido que concedemos a la hermana más veterana y que ahora me tocará a mí-.
Las emocionantes palabras de Consuelo Giner, del Sagrado Corazón, aceptando gozosamente la voluntad de Dios y el nuevo destino a una enfermería de la Congregación a sus noventa y dos años, preparándose para el encuentro definitivo con Cristo, no encantaron a todos y todas. Ella, experta en música, nos dijo que después de vivir toda una vida “en clave de Sí”, ahora se prepara a hacerlo, además, no “en clave de Fa”, sino de “Fe” y que, aunque le cueste, marcha feliz, sin olvidar estos años maravillosos en el Raval.
Tocaba, precisamente la lectura de Abraham en el que se cumplía a su vejez la promesa de fecundidad que Dios le había hecho. También nosotros y nosotras, la mayoría de edad avanzada, estamos convencidos de que nuestra vida es y será fecunda allá donde estemos y no por lo que hacemos, sino por lo que somos.
Fue también la Hermana Llum Delás, entre otras y otros quien nos entusiasmó con una nota de esperanza en medio de las dificultades vividas en la pandemia, porque Dios se ha manifestado de muchas manera a través de la generosidad de tantas personas que se han mostrado solidarias con los hermanos, a través de tantas acciones ocultas, pero fecundas, que nos han enriquecido a todos en esta prueba difícil que hemos vivido y que seguiremos viviendo por sus consecuencias.
Al acabar la Eucaristía que vivimos en profundidad y gozo, la cena con la maravillosa paella valenciana, las risas al escuchar los recuerdos de una vida religiosa de otros tiempos con sus “pruebas”, sus estilos inverosímiles para los jóvenes y no tan jóvenes, las anécdotas preconciliares… y la presentación detallada y simpatiquísima de los nuevos: dos jesuitas y una oblata.
¡Que gozada encontrarnos de nuevo e inaugurar esas jornadas mensuales que tanto nos han ayudado a lo largo de unos treinta años! (Mª Victoria Molins)