La obligada mascarilla con la que entré en la parroquia de San Enrique de Ossó en Can Vidalet esta mañana quedó a los pocos minutos de llegar tan húmeda como si hubiera caído al mar… lo digo por el agua salada. En este caso la de las lágrimas.
Una iglesia de arquitectura moderna llena hasta rebosar -y no de ancianas devotas, como en otros lugares sagrados- sino de familias, jóvenes, señoras devotas, niños i niñas… Y en los aires resonando con verdadero fervor: “Todo por Jesús, todo por Jesús, todo, todo, todo por Jesús…”
Tenía en las manos el folleto que se entregaba a la entrada. La famosa foto de San Enrique sonriendo y un letrero que lo definía en una sola frase: “La oración todo lo puede”. En el interior del folleto una serie de artículos que recordaban aquellas primeras revistas del siglo XIX que San Enrique mandaba imprimir a Altés. Ahora él era el protagonista absoluto. Hasta un precioso decálogo de San Enrique, extrayendo en diez frases la doctrina que él nos enseñó.
Hacía un año que la Compañía de Santa Teresa de Jesús –nuestra querida Compañía- había tenido que abandonar aquella parroquia por la misma causa que hoy se van cerrando algunas obras a las que ya no podemos atender y en las que durante muchos años hemos ido dejando las semillas que hoy hace fructificar el Señor de distinta manera, como sólo Él sabe hacerlo. Porque, mientras el hortelano duerme, la semilla sembrada muere y de ella brota la riqueza de un árbol en el que los pájaros hacen sus nidos…. Es la gran lección evangélica que en estos tiempos que vivimos Dios nos está recordando en distintas ocasiones.
La Eucaristía ha transcurrido con un aire tan ossoniano como teresiano. Mi mascarilla cada vez más húmeda al oír al fervoroso coro de jóvenes cantando aquellas composiciones del MTA, “Él llegó, con su palabra nos iluminó…” La parroquia en pleno repitiendo consignas de nuestro querido Fundador.
Y aquel final impresionante pasando a venerar la reliquia de San Enrique y recibiendo de manos de un delicioso monaguillo africano un imán con la estampa de San Enrique para ponerla en la nevera y –como dijo el sacerdote- que el Patrón de los catequistas entrara a lo más íntimo de las casas, la cocina, para recordarnos el poder de la oración.
Creo que es el Espíritu el que está hablando por los acontecimientos y nos está enseñando que lo nuestro es sembrar semillas. El fructificar no es cosa nuestra sino de Dios. Cuando algunas de nuestras puertas se cierran, lo hacen después de haber dejado las semillas que sólo Dios sabe cuándo y de qué modo fructificaran.
La lección de hoy, de una iglesia llena hasta tener que estar de pie algunos fieles, los cantos de San Enrique y su reliquia, una comunidad parroquial bajo la tutela invisible pero real de San Enrique de Ossó, no la podré olvidar. Las siete teresianas que hemos asistido emocionadas a esta celebración, os queremos transmitir a todas el gozo que hemos experimentado.
Mª Vitoria Molins, stj