A las dos de la madrugada del día 29 de enero falleció nuestra querida hermana tras una breve enfermedad.
Con la muerte de María hemos perdido a una gran mujer: íntegra, responsable, amante de la verdad que ha mantenido hasta el final, su sentido comunitario, su fidelidad al Señor y a la Compañía, su entrega al trabajo y su peculiar sentido del humor.
Amaba a Dios, amaba a la Compañía y amaba, además de a su tierra vasca, a Italia, en concreto a Roma, donde tuvo la valentía de Licenciarse en Filosofía estudiando en italiano, donde trabajó la mayor parte de su vida y desde donde adquirió la nacionalidad italiana renunciando a la española.
Su recuerdo va ligado a dos aspectos fundamentales de su actividad: su estudio para conocer profundamente a San Enrique y los orígenes de la Compañía (investigación que, a través de charlas y escritos nos transmitió íntegramente) y su acción como Secretaria General destacando que, tras hacer un curso de archivística en el Vaticano, organizó el Archivo General de la Compañía y dio pautas para los archivos de las Provincias.
Al finalizar este trabajo, asumió el de Administradora de la Casa General. Su disponibilidad fue un ejemplo para cuantas vivieron con ella porque, era difícil imaginar una persona tan intelectual ocupándose de los aspectos materiales de la vida ordinaria. Ella lo hizo sin problema, como también sin problema, asumió los servicios que prestó a lo largo de su vida en distintos campos. Fue profesora, dirigió durante algunos años la Tercera Probación en Colombia y en España, Secretaria General en Roma y administradora de la Casa General y cuando terminó su servicio como procuradora, volvió a su querido Archivo donde ha estado trabajando hasta que se lo han permitido sus fuerzas.
Quienes hemos vivido con ella este corto período de su vida, hemos podido constatar su temple. Nunca se quejó de nada. Agradecía con una sonrisa las visitas, las muestras de cariño. Coloreaba primorosamente los mandalas y reproducía su quehacer predominante manejando papeles.
En las fechas en las que la Iglesia y la Compañía celebran la fiesta de San Enrique de Ossó María se fue a recibir el abrazo de Dios y de nuestro Padre, a quien ella se dedicó con fervor de discípula a conocerlo y hacerlo conocer, que, como Teresiana a carta cabal, puso todos sus talentos al servicio del Reino y vivió como soñó Nuestro Padre para sus hijas: entregada en cuerpo y alma a la oración, enseñanza y sacrificio.
Ahora dice junto a San Enrique las palabras que éste dijo para sí:
“Dios se ha encargado de mí y de todas mis cosas; no me faltará nada. Dios anda solícito y cuidadoso de mí.”