El 3 de diciembre dijimos adiós a nuestra hermana Mª Dolores de Cristo Rey Ibarguren Iturzaeta y al hacerlo, decimos adiós a una mujer buena, íntegra, leal y una fiel seguidora de Jesús.
Nació en el hermoso pueblo de Aia, en el seno de una familia de hondas raíces cristianas, lo que hizo que desde los albores de su vida se nutriera del espíritu evangélico que se vivía en casa. Esta fue la base que la llevó a entregarle a Dios su vida, consagrándose a Él en la Compañía de Santa Teresa desde 1956.
Su recuerdo va ligado a los aspectos fundamentales de su actividad como enfermera, oficio que desempeñó durante años en la Comunidad de Ganduxer, en donde ayudó a morir con paz y cariño a muchas hermanas, como aquí hemos cuidado de ella.
A lo largo de su vida la salud le ha acompañado y este buen estado físico, junto a una gran fortaleza de carácter, le ha permitido ser una mujer activa, trabajadora y organizada.
Llegó a esta casa a final del verano del 2018, y quienes hemos vivido con ella este corto período de su vida, hemos podido constatar que su rápido deterioro ha ido acompañado de un vuelco total en su temperamento. Ella, que no era dada a melindres ni contemplaciones, al final de su vida mostró que tenía un corazón tierno, agradecido a las caricias, dador de ternuras sazonadas con una pizca de picardía cuando te guiñaba un ojo en señal de gratitud o agrado.
En el día que la Iglesia celebraba la fiesta de San Francisco Javier, decimos adiós a María Dolores, adiós a una teresiana cabal que entregó su vida al servicio del Reino y, que ahora dice junto a Nuestro Padre las palabras que éste dijo para sí:
“Dios se ha encargado de mí y de todas mis cosas; no me faltará nada. Dios anda solícito y cuidadoso de mí.”