Nuestra Hermana Carmen Rodríguez Curiel se encontró cara a cara con el Señor en la mañana del día 12 de marzo de 2020. Tenía 96 años y este mismo año haría las bodas de diamante en la Compañía.
Carmen había nacido en Baltanás, un pueblo de la provincia de Palencia, en una familia creyente en la que se cuidaba con esmero la vida de fe. Era la única chica y la mayor de los hermanos, con los que siempre mantuvo una relación entrañable.
Entró en la Compañía en el año 1945. Su primer destino fue Calahorra y en este colegio comenzó su experiencia como educadora con la ilusión y la fuerza de la juventud. En 1953 fue enviada a Roma para estudiar Regina Mundi y permaneció siete años en la comunidad de Vía Ardea. Otros lugares donde ejerció su apostolado fueron Madrid, Jesús Maestro, Salamanca y Valladolid, destacando siempre como profesora de religión, tarea en la que ponía todo su empeño para transmitir a las alumnas lo que para ella era esencial: el conocimiento y amor de Jesús. Apasionada por la enseñanza y el estudio, como buena hija de Enrique de Ossó, no se conformaba con lo aprendido, sino que seguía profundizando en la formación teológica y espiritual y participaba en diversos cursos de reciclaje y actividades formativas. Aunque lo que verdaderamente le entusiasmaba era la tarea educativa en los colegios, amplió también su actividad apostólica en las parroquias trabajando sobre todo con los padres de los niños de primera comunión.
Vivió los últimos 26 años en Ávila, ciudad a la que amaba profundamente por su conexión con la Santa. Ya había estado anteriormente, en los primeros años del Noviciado de la Provincia del Sagrado Corazón en esta ciudad, como “profesora de segundo”, durante dos cursos, y le había dejado muchos deseos de volver.
En Ávila siguió desarrollando su labor pastoral de muchas formas: en la parroquia participando en las catequesis de padres y abuelas, visitando y acompañando familias, compartiendo la fe en pequeños grupos de adultos.
Carmen fue una mujer apostólica, fuerte, vital… con un temperamento impetuoso y primario que si bien le aportaba actividad y dinamismo, también le jugaba malas pasadas que varias veces reconocía humildemente. De ella podemos recordar su gran confianza en la misericordia de Dios y la experiencia de su amor, que le llevó a sentirse profundamente querida, y por ello, con el pasar de los años, cada vez más agradecida y sensible al cariño de las hermanas, de quienes la cuidaban y de su familia.
Las limitaciones de la edad se fueron haciendo presentes poco a poco y cada vez con más notoriedad. Tuvo que ir asumiendo, no sin dificultad, pero desde la fe, la falta de vista y de oído, la incapacidad para caminar, la dependencia … Los últimos años se desplazaba en silla de ruedas, una silla que manejó hasta el día anterior de su ingreso en el hospital, dejando entrever que en ella seguía viviendo la mujer fuerte que fue.
Estamos seguras de que ya descansa en los brazos del Padre bueno cuya fidelidad y amor no tienen límite.