«Guárdate de olvidar»

Dice así el libro del Deuteronomio en el capítulo 8 y en adelante, insistiendo en que recordemos el camino recorrido (allí como pueblo de Dios en el desierto, y hoy en la experiencia vivida durante la pandemia); en que agradezcamos por haber sido cuidados –“tus vestidos no se han gastado ni se te han hinchado los pies”-; en que reconozcamos todo lo recibido, “no sea que te olvides y te vuelvas engreído”; y en el “acuérdate del Señor tu Dios, que te da la fuerza, y bendícelo por lo que te ha dado”.

Son formas distintas de decir lo mismo, y por eso la insistencia: guárdate de olvidar, recuerda, no te olvides, acuérdate… Pero nada necesitamos tanto y nos hace tanto bien como el recordar, el pasar por el corazón lo vivido para no olvidar. Así será posible en adelante asimilar los aprendizajes experimentados y, sobre todo, agradecer la vida cada día y ofrecerla gratis, como la hemos recibido.

Escuché decir a alguien el otro día que necesitamos la memoria para lo bueno y para lo malo, es decir, para el amor y para los errores. Necesitamos memoria para el aprendizaje siempre inacabado del bien y de nuestras equivocaciones, digo yo, y así rehacer el camino y renovar el sentido.

Y seguía aquella persona: “necesitamos memoria lúcida, llena de verdad, para que puedan sanar las heridas”. ¡Cuánta falta nos hace para esto tanto el silencio y la serenidad que nos permitan ir más al fondo de nosotros mismos en ese recordar, como la palabra de quienes nos pueden ayudar a salir de nuestros errores y a reconocernos la parte de bondad que también llevamos en nosotros! Lo uno y lo otro son camino teresiano del “andar en verdad”, en ese “conocer que recibimos para despertar a amar”.

Tenemos por delante un tiempo precioso para esa mirada serena y escucha dialogada en ese “conocer que recibimos”. Tiempo de descanso[1] y sin parar en la entrega, una vez que “despertamos a amar”. Tiempo para que el pasar por el corazón el camino recorrido en este tiempo incierto y complejo nos devuelva la esperanza y no nos deje en el temor, sino en la confianza.

Dice la Santa: “Lo demás es acobardar el ánimo. Creamos que quien nos da los bienes nos dará gracia para que lo entienda y fortaleza para resistir, si andamos con llaneza delante de Dios”. Hemos recibido mucho bien. Guardemos en el corazón lo vivido con mayor conciencia y fortaleza para el bien común y para el cuidado de la “casa común” y de las personas. Con ello, nacerá el agradecimiento y la bendición.

“Paréceme que quien me da algún alivio y con quien descanso de tratar, son las personas que hallo de estos deseos; digo deseos con obras; digo con obras, porque hay algunas personas que, a su parecer, están desasidas, y así lo publican y había ello de ser, pues su estado lo pide y los muchos años que ha que algunas han comenzado camino de perfección, mas conoce bien esta alma desde muy lejos los que lo son de palabras, o los que ya estas palabras han confirmado con obras; porque tiene entendido el poco provecho que hacen los unos y el mucho los otros, y es cosa que a quien tiene experiencia lo ve muy claramente”[2].

¡Buen descanso! Lo serán también estos “amigos fuertes de Dios” que reconocemos como un regalo en el camino de la vida, con los que recordar para agradecer y despertar a amar, como aquellos cinco que decía Teresa.

Isabel del Valle, stj


[1] “Plega al Señor me favorezca Su Majestad para entender por descanso lo que es descanso”. Teresa de Jesús. Vida 25,22.

[2] Vida 21,7.

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