En la mañana del día de Pentecostés, día 19 de mayo, se fue a la casa del Padre nuestra hermana Flora de la Santísima Trinidad Puparel-li, a descansar en su paz y gozar eternamente de su amor. Tenía 95 años de edad y 73 de vida religiosa en la Compañía.
Nació en Saucelle, un pueblecito de la provincia de Salamanca hoy más conocido por su ubicación dentro del entorno natural de “Las arribes del Duero”, del que se sentía orgullosa y recordaba con frecuencia.
Ingresó en el Noviciado en el año 1950. Después de la primera profesión, su primer Solo Dios basta fue a Managua donde formó parte de la comunidad fundadora del colegio teresiano de esa ciudad, tras breves estancias en Ciego de Ávila, Los Laureles y Madrid Jesús Maestro, fue destinada a Dueñas el año 1965, hasta el año 2012 que fue enviada a esta comunidad.
El pueblo de Dueñas, sus gentes, su trabajo en su “taller de artesanía” fueron para ella “su casa”, a la que en medio de su inconsciencia, los últimos años “volvía” una y otra vez.
De una sensibilidad exquisita para todo, tenía “manos de artista” trabajando los esmaltes, el repujado, el estaño o las primorosas labores cosiendo a máquina, quedaron plasmadas en múltiples obras con las mujeres de Dueñas y de otros lugares que acudían a aprender junto a ella. Llevaba también la comunión a algunos enfermos que no podían desplazarse a la parroquia. Allí la recordaban con cariño y por teléfono se comunicaban con ella con frecuencia.
Estuvo en activo hasta que le fallaron las fuerzas y ya en esta su comunidad de Salamanca, hasta hace pocos años, aún nos deleitaba con alguna de sus creaciones de esmaltes o pinturas. Minuciosa y detallista en su trabajo, durante varios años ayudó a la hermana encargada de la sacristía y ¡cómo disfrutaba preparando las flores o poniendo el Nacimiento o el Monumento del Jueves Santo con un gusto y delicadeza exquisitos!
Aunque desde hace bastantes meses su deterioro físico y cognitivo iba en aumento, y en todos los sentidos acusaba la falta de fuerzas, nunca perdió la gratitud ante cualquier servicio que se le prestara, y soportaba con paz la necesidad de depender totalmente de ayuda externa. Su vida se apagó lentamente, dejándonos una gran serenidad.
Estas estrofas del hermoso poema que dejó como testamento J.L. Martín Descalzo, resumen bien las últimas horas de Flora:
Y entonces vio la luz. La luz que entraba por todas las ventanas de su vida.
Vio que el dolor precipitó la huida y entendió que la muerte ya no estaba.[…] Morir es una hoguera fugitiva. Morir ya no es morir. Morir se acaba Es cruzar una puerta a la deriva
y encontrar lo que tanto se buscaba.[…]