Así iba siendo todo lo que soñaba y ponía por obra Enrique de Ossó: para producir frutos de salud. Con los niños, con los jóvenes y la mujer, con los obreros, con toda la Familia Teresiana, que él llamó “Hermandad Teresiana Universal” allá por 1877. Había descubierto en Teresa de Jesús el medio para regenerar la sociedad de su tiempo tal vez en diez años -decía-, y había experimentado que sus enseñanzas movían en la vida práctica a conocernos mejor y crecer como personas, a buscar caminos para el bien y la verdad, a unirnos como amigos fuertes de Dios, a reconocer la dignidad de las personas y creer que es posible -como de gusano a mariposa- la transformación personal y social.
En San Enrique el sueño era fuego en el corazón que contagiaba chispas de ese ardor y entusiasmo y le movían a poner manos a la obra, a buscar cómo unir corazones y manos y sembrar semillas teresianas que dieran esos frutos de salud. Y como buscaba el mayor bien, ponía también las mejores condiciones, entre ellas, la de unirse para que los esfuerzos no fueran individuales y aislados.
Además, imprimía a esas inquietudes apostólicas la impronta teresiana de la determinada determinación, con la que buscaba no dilatar en el tiempo las acciones, teniendo claro el fin y los medios: Es hora ya, toda vez que el año nuevo exige vida nueva, hora es ya, decimos, de reducir a obra lo que entonces fue sólo proyecto…
Quería producir frutos de salud.
No tenía duda de que tenía que ser uniendo fuerzas y por eso pedía concertarse, unirse, acercarse los corazones, ponerse en comunicación, las cabezas estén conformes…
Había sembrado semillas teresianas, movidos de su amor a la Santa de nuestro corazón.
Animaba insistiendo en que es de todo punto indispensable tener un mismo fin, contar las fuerzas y medios que tenemos a mano para alcanzarlo.
Y se preguntaba ¿qué falta, pues?
Es enero de 2021 y ahora entramos en acción cada uno de nosotros, teresianos, sea cual sea el vínculo que nos une a esta familia. ¿Qué falta, pues? Falta que yo también, igual que el Padre Enrique, diga: es hora ya, toda vez que el año nuevo exige vida nueva, hora es ya de reducir a obra lo que fue solo proyecto…
Vamos a celebrar en unos días los 125 años de la muerte de San Enrique de Ossó. Celebrar será recordar, reconocer, agradecer, alegrarnos en familia teresiana… y tal vez dejarnos mirar personalmente por él hoy y escucharle decirnos: ¡Ojalá podamos presentarle -a la Santa- apóstoles teresianos en vez de peregrinos teresianos que le presentamos el año anterior! Acoger este deseo suyo supondrá dejarnos tocar el corazón, mirar el momento actual de nuestra vida cada uno desde nuestra vocación, lugar de vida, relaciones y trabajo y poner manos a la obra donde quien más nos necesite nos espera ya.
¿Por dónde empezamos? Él lo tenía claro: Gracias a Dios que hemos visto a una Santa a quien todos podemos imitar. Come, bebe, duerme, ríe como nosotros. Es afable en su trato, de corazón maternal y compasivo, amiga de hacer bien y de alentar siempre sin apretar el espíritu, antes bien ensanchando siempre el corazón. Qué bien dice: ¡Nada te turbe, nada te espante, sólo Dios basta! Ella es la primera en ir delante con el ejemplo.
Haga Jesús y su Teresa y merezcamos todos con nuestras oraciones y buenas obras, que sea una verdad. ¡Nunca mejor dicho! Será la mejor manera de honrar su memoria y producir frutos de salud.