El piso del Raval de las teresianas cambia la vida a unas madres en riesgo de exclusión

El día 18 de noviembre del 2022 quedará grabado en el recuerdo de dos mujeres que huyeron del maltrato y de la tragedia con sus bebés a cuestas. Aquel día se inauguraba, con la solemnidad de las cosas sencillas pero amadas, “el Piso de oportunidades” en el que hacía ya unos días se habían instalado.

Y si para ellas era un gran día, lo era también para la Compañía de Santa Teresa que, había contribuido a esa alegría, y a poner su granito de arena en la solución de un problema universal que sufren tantas mujeres marginadas. Era el piso de la Calle de la Cera que durante 25 años lo fue de la “Comunidad del Raval”.

Nosotras, las que derramamos lágrimas al salir de él, hoy gozábamos de ver la alegría que la generosidad de la Compañía había proporcionado a  esas mujeres y a las que seguirán encontrando su solución para salir adelante en este piso de “oportunidades”.

Sólo era yo la única de la comunidad, testigo del “traspaso” feliz, inaugurando con una fiesta, a la medida de nuestras posibilidades, al comienzo de esas vidas nuevas: De momento, dos mujeres –las dos latinoamericanas, en calidad de “asilo político”- lo están ocupando -junto a una tercera que actúa en calidad de “encargada” del piso en sus comienzos-. Acuden también semanalmente una psicóloga y una educadora social que les ayudan en su cambio total de vida.

La fiesta nos la habían preparado ellas mismas. A las 14 horas estábamos en la puerta del número 44 de La Cera, Mossén Peio, las tres profesionales de Santa Anna, educadores y asistentas sociales, alguna voluntaria y yo.

Nos recibieron con alegría cuando ya lo tenían todo preparado y esperaban nuestra llegada calentando al horno alguno de los platos que nos iban a servir.

Después de visitar todas las estancias y comprobar lo bien que lo tenían todo, pasamos al salón donde Mossén Peio primero, y yo después, les dirigimos unas palabras de bienvenida y de gozo por poder poner a su disposición un hogar compartido. Ellas nos respondieron con palabras que a todos nos conmovieron. “Verse en la calle con un bebé en brazos es lo más horrible que a una le puede pasar” –nos dijo una de ellas- y por eso estamos tan contentas y agradecidas”.

Simbólicamente, Peio cortó una cinta que se ganó los aplausos de todos y nos pusimos a comer aquel maravilloso “banquete” que nos habían preparado. No sin antes invitar a los más cercanos vecinos, Enrique y Maite –unos de los más grandes colaboradores del barrio del Raval desde hace años- y los mejores vecinos que se pueden tener. Disfrutaron en la inauguración, tanto como habían sufrido cuando se enteraron de que nosotras nos íbamos.

Hasta cava hubo para celebrar la fiesta y acoger a aquellas mujeres a las que la vida se les había complicado demasiado y sólo el amor fraterno y la solidaridad les había hecho recuperar la esperanza y el poder vivir en un hogar con sus queridos hijos.

La pena de haber dejado aquel querido piso del Raval compartido durante 25 años, había encontrado ahora su recompensa.  M. Victoria Molins, stj

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