Domingo 20 de junio. Parroquia de Sant Enric d’Ossó, en L’Hospitalet de Llobregat (Barcelona).
Mañana de despedidas, agradecimientos, emociones profundas… La comunidad teresiana deja de estar presente en la parroquia y en el barrio. El 8 de mayo de 2002 se había inaugurado la comunidad y habían comenzado a vivir allí cuatro hermanas: Carmen Puig, Nuria Bonrepaux, Concha Monfort y Trini Rosell, que estarían al servicio de la parroquia.
Desde entonces han pasado 19 años, vividos intensamente por todas las que hemos pasado por la parroquia y por el barrio de Can Vidalet. ¡Cuántas horas en la iglesia escuchando unas veces al Señor y otras a unos y otros vecinos que acudían para contar sus alegrías y sus gozos, no solo a Jesús, sino también a las hermanas. Eucaristías, catequesis a niños y a padres, fiestas, visitas a la residencia de ancianos, grupos con la Gent Gran, preparación de oraciones, decoración de la iglesia en los tiempos litúrgicos… ¡ ¡Cuánta vida entregada en la misión! ¡Qué alegría tan grande dar a conocer a Enrique de Ossó y celebrar su fiesta con el barrio y oírles cantar a plena voz el TODO POR JESÚS!
Ahora, nos despedíamos. La iglesia totalmente llena. La eucaristía fue entrañable, comenzando por los dos sacerdotes que celebraban, párroco y coadjutor, que en todas sus palabras agradecieron a las hermanas su trabajo y su presencia en la parroquia. Nos acompañaba la reliquia de nuestro Padre colocada encima del altar. Al finalizar la eucaristía, antes de la bendición, las hermanas de la comunidad quisieron dirigir unas palabras a todos los que estábamos allí congregados para despedirlas. Dalmacia Rodríguez, Pilar Caballero y Laura Ríus, cada una desde su manera de ser, agradecieron todo lo vivido. Las tres con una vivencia común: dieron todo lo que podían pero recibieron mucho más.
Las acompañamos un número significativo de hermanas de la Compañía, muchas habíamos vivido en la comunidad en algunos momentos de esos 19 años. Otras habían acudido cada año a celebrar allí la fiesta de San Enrique. Todas estábamos muy, pero que muy emocionadas, sobre todo cuando hablaban las hermanas. También porque era la primera vez que nos encontrábamos presencialmente después de la pandemia. Se vieron muchos pañuelos.
Después de los interminables saludos, “toques de codos”, reconocimiento de unos y otras por parte de los amigos/as de la parroquia, subimos al piso de las hermanas, que nos tenían preparado un aperitivo. Allí disfrutamos de un rato de encuentro muy fraterno. Y como esos encuentros nos encantan, quedamos para volver a vernos el día 24, san Juan evangelista, para tener un rato de oración y comer juntas, como hemos hecho otras veces, en la “muy generosa” comunidad de Bellvitge. Y así lo haremos.
Pilar Rodríguez Briz