Se nos pidió una colaboración para este Boletín. Las circunstancias que vivimos son muy especiales y quizá, si pensamos en ellas, podemos sacar algo bueno. De hecho, en las redes sociales hay quiénes lo procuran, porque es necesario levantar el ánimo y la esperanza.
No sé si lo que voy a compartir merece la pena, pero respondiendo a la petición, comparto mi experiencia.
Desde que estoy en casa con mi madre, tanto la Cuaresma como la Semana Santa, tengo que esforzarme por vivirla intensa e interiormente. Y no porque me falten los medios, sino porque no es lo mismo que vivirlo en comunidad, con horarios, celebraciones y oraciones compartidas.
Sin embargo, este año ha sido especial justamente por el confinamiento. Hemos tenido más tiempo y más contacto virtual entre las hermanas de la comunidad. Nos hemos comunicado cuándo íbamos a tener las celebraciones, o a ver en televisión las Eucaristías o los Oficios, y esto ha hecho que nos sintiéramos muy unidas, porque sabíamos que estábamos todas en el mismo momento en la presencia del Señor. Para mí ha sido una fuerza muy grande.
Los documentos del equipo de formación también han sido muy provechosos y nos han ayudado, al menos a mí, a situarnos en cada día del Triduo Pascual.
Y el hecho de sentarse delante de la televisión y de hacer del salón de la casa un templo es algo que exige un poco de esfuerzo al principio, pero que luego se vuelve agradecimiento por poder tenerlo. Y el corazón se agranda y se siente más universal, unido a tantos miles de personas que nos hemos sentido Iglesia dentro de la Iglesia doméstica, tantos y tantos cristianos que vivíamos de esta manera tan especial los misterios más grandes de nuestra fe. Impresionaba ver la Basílica del Vaticano vacía, o las catedrales igualmente vacías, y sin embargo tener la seguridad de que estaban llenas de hermanos.
Esto ha hecho que la vivencia interior fuera más intensa y deseada. El confinamiento nos ha dado más tiempo para orar, leer y vivir la presencia de Dios, y nos ha hecho valorar el don celebrar ordinariamente la Eucaristía, los sacramentos, cuando hay tantos hermanos en el mundo que no tienen ni siquiera una televisión, internet, y mucho menos una iglesia próxima.
Y lo mismo que digo para el tiempo de la Cuaresma y la Semana Santa digo para la Pascua. Hace pocos días José Mª Rodríguez Olaizola sj, decía en un video que “la resurrección no es un estado de ánimo”. La situación de la pandemia y lo que estamos viviendo puede hacer que nuestro ánimo decaiga con tanto sufrimiento a nuestro alrededor, tanta muerte, tanta impotencia. Y cantar así el Gloria de la resurrección nos puede costar. Pero la resurrección no es un estado de ánimo. Es un hecho cierto que da sentido a nuestra vida, es el centro de nuestra vida cristiana, independientemente del ánimo. En estos días mi oración es: “Señor, ¡aumenta mi fe!”.
Y esto es lo que puedo compartir de este tiempo vivido con mi madre y unida, muy unida, a mi comunidad. No es nada nuevo ni nada extraordinario, pero es lo que a mí se me ha regalado vivir.
Le pido a Jesús que nos abra el corazón para verle presente cada día, y que nos sostenga.
Un abrazo virtual, con la ternura que nos dicen los franceses en ese canto que se ha hecho viral «La ternura».
Ésa que está llena de cariño y sentimiento.
Mª Cristina Pulpón, stj