DEJAR ATRÁS

Cuando aprendemos a conducir nos enseñan a contar con una gran ayuda: mirar atrás por el retrovisor, sin dejar de mirar adelante… avanzas con más seguridad dejando atrás el camino andado, mirando atrás de vez en cuando y avanzando hacia adelante.

Así también cuando en deportes como el baloncesto, aprendes a desplazarte con rapidez hacia los lados y, sobre todo, a correr hacia atrás, de espaldas, dejando atrás la pista y mirando también hacia adelante.

Dejar atrás para avanzar…

Dejar atrás como quien va soltando peso de la mochila cuando hace el camino y va cayendo en la cuenta de lo imprescindible y de lo que sobra y pesa y no sirve.

Dejar atrás como la semilla, que entierra tiempo y cáscara para ver nacer fruto nuevo siempre con sorpresa, como si fuera inesperada esa nueva vida.

Dejar atrás las huellas de nuestros pasos de antes que pueden ser señales para otros, o para desandar caminos propios.

Dejar atrás si quieres limpiar muebles o el corazón, y toca emplearse en mirar qué necesito y qué necesitan otros, qué espacio puede llenarse de libertad y sentir la anchura a la que está llamado y tener más cabida para lo que no sabemos.

¡Cuánta vida nueva en ese dejar atrás, en ese perderla!

Las semillas, las huellas, el espacio que se aligera en una mochila, en un armario o en el corazón… es el “dejar atrás” que va al encuentro de la novedad aun sin saberlo, o que se la encuentra sin buscarla… el “dejar atrás” para lo que está por delante.

Como ese pajarito en el espejo del retrovisor, mirar ¿para dejar atrás? ¿para avanzar? ¡Es Pascua y hay vida nueva por delante! Dejar atrás para avanzar…

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