El pasado sábado, día 22 de febrero, tuvimos la oportunidad de juntarnos en la casa de Espiritualidad Santa Teresa, en Ávila, un grupo de 10 personas para gozar de un encuentro con amigas, con Dios y con nosotras mismas; en torno a descubrirnos parte de una creación perfecta en un entorno privilegiado: “nuestra casa”. La casa común y la gran casa de infancia que fue (y sigue siendo para muchos de los que allí estábamos) el siempre “Noviciado” con olor a magdalena, con vistas a muralla y con sabor a Familia Teresiana.
De la mano de Conchi, Teresa, Isabel y Virginia caminamos por el barro guiados por nuestros sentidos, siendo vasijas moldeadas y aprendices de alfareros, confiando en ser herramientas con las que Dios sigue creando a la vez que criaturas corresponsables y herederas de una vida preciosa, delicada e inigualable.
Por si esto no fuera poco, reflexionamos sobre salud integral, sobre nuestras propias contradicciones entre lo que deseamos y lo que hacemos, entre lo que estamos llamados a ser y a lo que, finalmente, nos atrevemos a intentar. Interiorizamos y compartimos esas inquietudes personales siendo iluminadas por el Espíritu, presente en las que escuchábamos. Inspirados en la oración, nos aventuramos a esculpirlas en pequeñas porciones del barro del que todos procedemos.
Bebimos y comimos, como Dios manda, como fieles seguidores de Jesús que se enorgullecía de celebrar a menudo con sus amigos y, después, en el entorno incomparable de nuestro jardín extensión natural del Soto, rezamos con la ecología del alma sugerida por la Santa en sus alegorías sobre el agua y la oración, con el recuerdo del hilo del tiempo pasando imborrable por nuestras manos: ¡qué poco somos ante tanta inmensidad, qué perfección y belleza creadas, cuánta insensatez y descuido!
Solo le pido a Dios, que la Vida no me sea indiferente, que brote siempre de mi boca un “Gracias” sincero y permanente. (Alfonso)
