A mediados de agosto del año 1915 llegaron a Dueñas las hermanas destinadas a la fundación del colegio de Valladolid: Petra de San Francisco de Sales Temprado, Aurora del Ángel de la Guarda Vázquez, Adelina del Corazón de Jesús Valet, María Sarrat y Teresa Gómez, enviadas por la madre superiora general, Saturnina del Corazón Agonizante de Jesús Jassá. Llevaban consigo escaso equipaje: dos pobres baúles con libros y ropa. De ahí se fueron a buscar hospedaje en Valladolid. Fueron días llenos de incertidumbre, sin casa, sin dinero y sin otro motivo de esperanza que la confianza en Dios.
El día 2 de octubre de 1915 quedó consignada el acta de fundación del colegio de Valladolid, que ha tenido sede en diferentes edificios: de la calle San Ignacio a la calle El Salvador, hasta llegar a la ubicación actual, en calle San Blas y Felipe II.
Cuando en 2015 celebramos el centenario del colegio, todos -personal, familias, alumnos, hermanas y amigos- vivimos con intensidad y emoción el hecho de que las teresianas y teresianos llevaran 100 años ofreciendo un servicio educativo a la ciudad de Valladolid, desde el carisma recibido de Enrique de Ossó. Lo hicimos con memoria agradecida a la vida de tantas y tantas personas que nos habían precedido en la tarea, y con la ilusión y responsabilidad de mantener y fortalecer este proyecto para que tuviera larga vida.
Integrados en la Fundación Escuela Teresiana, -¡qué gran intuición y responsabilidad con el proyecto teresiano tuvo la Compañía creando la FET!-, seguimos luchando por hacer realidad el sueño de Enrique de Ossó: educar sujetos de encuentro y transformadores sociales, dejándonos transformar según el proyecto de Jesús.
En constante formación y atentos a los signos de los tiempos, impulsamos cambios pedagógicos que incluyen innovadores modelos de aprendizaje, pero teniendo muy claro que lo más innovador será siempre la vocación y la mejor metodología la que tiene en cuenta los nombres de los alumnos con todo el relato de vida personal y familiar que encierra cada uno de ellos. Eso es lo que significa para nosotros que la persona está en el centro de nuestra misión, y lo que hace del colegio un hogar al que deseamos que nuestros alumnos siempre quieran volver.