El 27 de enero, hermanas y laicos de la familia teresiana de Madrid nos reunimos para celebrar la fiesta de S. Enrique de Ossó. En esta ocasión acudimos a la parroquia de Ntra. Sra. del Rosario, en Batán, donde compartimos una entrañable eucaristía y después un agradable rato de convivencia en el salón parroquial.
El coro de adultos del colegio Jesús Maestro puso la nota musical y presidieron la celebración hermanos Franciscanos Menores Conventuales. También nos acompañaron en la celebración miembros de otras congregaciones religiosas, catequistas y laicos de esta comunidad parroquial, contentos de compartir carismas y misión apostólica en el barrio de Batán.
Ya desde la monición de entrada, se puso de manifiesto un doble sentimiento: gratitud por este regalo que fue para la Iglesia Enrique de Ossó, y súplica a Dios para que nos conceda también a nosotros ‘ser siempre de Jesús’ para ‘conocerle y amarle y hacerle conocer y amar’ allí donde cada uno estamos:
Hoy celebramos la fiesta de San Enrique de Ossó, fundador de la Compañía de Sta. Teresa y patrono de los catequistas españoles. Queremos agradecer en esta Eucaristía la fidelidad de un hombre que concentró todas sus fuerzas en “conocer y amar a Jesús y hacerle conocer y amar”. Dios le concedió la gracia de vivir unificado en la acción, porque su corazón era todo de Dios y todo para los demás.
A esto nos exhortaba también nuestra hermana Raquel Navarro, tras las lecturas, destacando especialmente algunos rasgos de S. Enrique de Ossó: su amor filial a María, ser siempre de Jesús y misionero de paz y amor.
En la acción de gracias, nos unimos en oración pidiendo que también se hicieran nuestras las palabras de S. Enrique:
‘Graba tu nombre en mi entendimiento, en mi memoria, en mis labios,
y sobre todo en mi corazón,
para que no me acuerde más que de Jesús,
no hable más que de Jesús, ni ame más que a Jesús.
¡Jesús mío y todas mis cosas!
O amarte o morir; o mejor vivir y morir amándote sobre todas las cosas,
con todo mi corazón, con toda mi alma, con todas mis fuerzas.
No vaya yo de este mundo, Jesús,
sin haberte amado, y hecho conocer y amar cuanto me es posible.
Aumenta mi amor. Quisiera amarte cuánto te puedo amar
y vivir y morir abrasado en tu amor.
Da, si quieres, a otros honores, glorias, riquezas y felicidad acá.
A mí dame sólo tu amor y esto me basta.
Sólo Dios basta, y tú eres el Dios de mi corazón.’
Y al terminar la eucaristía compartimos merienda y conversación contentos de poder reunirnos nuevamente. Un encuentro entrañable y sencillo para dar gracias por un gran apóstol que vivió una oración continua y una actividad apostólica incansable. Y así nos llama a vivir en la iglesia, especialmente a cuantos formamos esta familia teresiana.