Escuché en la radio el otro día al economista Isidoro Tapia[1], especializado en temas energéticos, hablando del cambio climático, mientras se celebraba la COP26: “Ante nosotros está surgiendo un planeta diferente. El clima cambia: los veranos son más largos y calurosos y se suceden con más frecuencia episodios extremos, como olas de calor o lluvias torrenciales. Catástrofes que antes ocurrían una vez cada varios siglos, ahora se repiten apenas pasados unos años.
El cambio climático es un desafío gigantesco, pero aún no es irreversible. Si actuamos de forma decidida, estamos a tiempo de evitar que el planeta se convierta en un lugar inhabitable. Pero incluso si lo logramos, viviremos en un planeta diferente, en el que nos veremos obligados a cambiar muchas de nuestras costumbres y asumir algunos sacrificios. La tarea de preservar un planeta habitable para las generaciones futuras, constituye uno de los temas más importantes de nuestro tiempo. Por eso es necesario afrontarlo y ver cómo debemos empezar a adaptarnos ahora mismo a una realidad que ya está aquí”.
La palabra irreversible me suena a final, a muerte. Cuando algo es irreversible está al final de su vida, o en una etapa límite, sin posibilidad de cambio. Y parece que, en este momento, todavía no es irreversible la posibilidad de afrontar la mejora y el cuidado del planeta. El Papa Francisco apela a la responsabilidad cuando dijo en su mensaje de cierre de la COP26: Hemos recibido un jardín y estamos dejando un desierto a nuestros hijos y nietos.
Pero todavía es posible el cuidado. El mismo Isidoro Tapia intenta transportarnos a una situación futura y deja hablar a un joven enfadado con su padre:
“—Esta semana tenemos «instituto en casa».
— ¿Cuándo empezasteis con ese chollo? — preguntó Samir, todavía molesto con su hijo.
— ¿Chollo? ¿Acaso crees que prefiero hablar durante horas con una pantalla?
— Vaya, así que las pantallas forman parte de ese selecto club de privilegiados a los que sí les diriges la palabra.
— ¿Crees que me gusta estar solo, no tener a nadie con quien hablar? Ya me gustaría que fuese de otra forma. Pero fuisteis vosotros los que nos encerrasteis en este lado de la pantalla.
— Define «vosotros». Y hazlo sin adornos.
— ¿Quieres que os ponga nombre y apellido? —preguntó Rodrigo, mirando por primera vez a su padre— ¿Que os señale con el dedo? Mejor te voy a contar lo que hicisteis. Sin adornos. Queríais coches grandes, cuanto más grandes, como si fuesen trofeos. Exhibíais las carrocerías como los pavos reales sus colas, como los trogloditas se colgaban las pieles de los animales. Pudiendo escoger casi cualquier cosa, os elegisteis a vosotros mismos. Cumplir vuestros sueños a costa de robarnos los nuestros.
— No sé de qué coche me hablas. En esta casa hace años que no tenemos ninguno. Y yo voy a trabajar todos los días en bicicleta.
— También vas en avión a Barcelona.
— No tengo alternativa. El tren se ha vuelto impredecible con las inundaciones.
— Todos tendríamos más opciones si no hubieseis ordeñado nuestro futuro.
— «Ordeñar», una expresión curiosa en boca de alguien que vive como si estuviese en un hotel”…
¡Cuántas situaciones y procesos que podríamos traer a nuestro hoy y acordar algún camino para andar entre todos, se nos quedan “en el otro lado de la pantalla”! Leonardo Boff, comentando las conclusiones de ese encuentro mundial dice que ha faltado valor para prevenir eficazmente el trágico cambio climático para 2030, por la presión y el silencio de algunos países. Millones de personas pobres y vulnerables correrán un gran riesgo por el tipo de desarrollo social y económico que no conoce una ecología ambiental ni sociopolítica.
¿Podríamos escuchar cada uno de nosotros esa palabra de Rodrigo: Pudiendo escoger casi cualquier cosa, os elegisteis a vosotros mismos…? Todavía estamos a tiempo. Aún no es irreversible. Aunque sea en lo pequeño y cotidiano.
[1] Un planeta diferente, un mundo nuevo. Cómo el calentamiento global está cambiando nuestra vida cotidiana. Isidoro Tapia. Ediciones Deusto.