Hay palabras que conocemos y raramente se utilizan, pero de golpe, se nos hacen indispensables. La última semana de octubre la palabra dana se coló en todas las conversaciones de vecinos, amigos, familias, tertulianos, locutores, políticos… De pronto, todo comenzó a girar en torno a ella porque su presencia cambió la vida de miles de personas en distintas zonas de España. Y cada vez que la palabra es pronunciada, hay detrás personas concretas viviendo situaciones doloras y sufrientes.
Las hermanas de la Compañía de Santa Teresa de Jesús llevamos desde 1905 presentes en Valencia; en la actualidad, con una comunidad en Valencia y dos en Torrent; ninguna de ellas ha sido afectada directamente, pero cada una, desde sus posibilidades, están respondiendo a la situación.
En una de las comunidades de Torrent viven Mauge, Ana y Mª Carmen, que desde el primer momento, se sumaron a esa multitud de personas anónimas que han cambiado su casa por las calles enfangadas. Parte de esta reseña está escrita a partir de lo que ellas están viviendo compartido en una sencilla conversación. Quienes las conocemos sabemos que las tres son alegres, pero esta vez, durante la conversación, hay pocas sonrisas.
Y así, en un rato, nos dicen desde lo más hondo que “es un momento de Iglesia fuerte, de comunidad educativa; el ver el despertar de las personas, de unirse sin mirar de dónde somos, o de qué color…, la emoción de ver llegar a unos transportistas, hombres fuertes, que como no pueden descargar aún su camión se bajan y cogen palas y se ponen a limpiar… Todo impacta porque aquí sí que no hay razas, lenguas ni nación, ni ideología ni status; no hay nada, sólo el deseo y la urgencia de echar una mano.”
Las teresianas, junto con muchos otros teresianos y teresianas del colegio de Santa Teresa, antiguos alumnos, personas de la Familia teresiana, andan estos días cerca de la gente; muchos tienen personas conocidas afectadas, del colegio algunas familias lo han perdido todo, alguna también llora la muerte de algún familiar… Por eso, desde el primer momento, en lugar de congregarse, fue espontáneo el “diluirse” con y entre otras muchas personas que iban respondiendo a la necesidad. Nuestra opción capitular comienza diciendo: “como parte de la creación y de la comunidad humana, vulnerable y en continua movilidad, nos reconocemos compañeras de camino y hermanas de todos” y el lema para este curso de los colegios de la Fundación Escuela Teresiana es ALIA2 que se inspira en las palabras del Papa Francisco “necesitamos constituirnos en un NOSOTROS que habita la casa común, (…) para que al final no estén los otros, sino sólo un NOSOTROS.”
Así que, como compañeras y compañeros de camino, experimentando la grandeza de constituirse un nosotros, Mª Carmen nos contó que la casualidad hizo que le llegara un mensaje en el que un militar hacía un llamamiento a farmacéuticos al que ella pudo responder; desde recoger, clasificar y repartir medicamentos, a distribuir medicinas a enfermos crónicos, o a preparar sueros. Y todo con personas que no se conocían pero que se van ayudando y enseñando cómo hacer y responder a las necesidades. La mayoría de las farmacias han sido arrasadas, en su relato nombra los pueblos que escuchamos por televisión: Algemesí, Paiporta, Catarroja, Alfafar… Contaba que iban a ir a Algemesí porque de la farmacia no queda nada. Milagros de pequeños grupos que se autogestionan para ir resolviendo carencias y necesidades básicas.
Ana nos cuenta que desde el primer día se unió al grupo de la Parroquia de Monte Sión que respondió desde el principio; comparte cómo se han creado de forma espontánea grupos de WhatsApp en los que hay gente y asociaciones de todo tipo, que en algún grupo hay más de 800 personas. En uno de ellos, dos veces al día, exponen necesidades y la gente va respondiendo para ir a tal o cual lugar. Estos grupos también van ayudando a canalizar o colocar la ayuda que va llegando de otros sitios, o acogiendo las peticiones de personas que buscan ayuda. Y desde ahí, Ana con otras personas voluntarias, van haciendo lo que les piden, desde colocar cientos de botellas de agua que van dejando los camiones en una nave, hasta pasar horas limpiando y buscando cómo responder a peticiones que llegan.
Mauge se unió a profesoras/es compañeros del colegio, a sus familias, y con otra mucha gente. Dependiendo del día han ido a un lugar u otro. Nos dice que desde el principio el panorama ha cambiado mucho; el primer día fueron a limpiar a Picaña, y lo que se encontraron fue desolador, montones de coches apilados, y como urgencia, tratar de vaciar las casas de fango y de todo lo inservible: TODO. Otro día, en Paiporta, estuvo repartiendo ropa, y al hacerlo, encontrándose con la historia durísima de personas “como tú y yo” -decía-, que venían a por todo porque se habían quedado sin nada, o gente que venía a buscar ropa para personas que tenían acogidas en su casa. Paiporta es el horror, “yo lo describiría como el infierno” – decía Mauge-.
Las tres estuvieron también en la Parroquia Sagrada Familia colocando ropa y alimentos que habían descargado en los salones. Mientras lo hacían, nos contaban que pensaban en las personas que en otros lugares habían preparado todo aquello para que llegase allí.
De su conversación se podrían detallar muchas acciones que se unen a la de una multitud ingente; su tono de voz cambiaba cuando hablaban de tantas personas con las que están compartiendo trabajo, suciedad, silencios y miradas, de la oportunidad que es estar en este momento allí, y poder, a pesar del sufrimiento y cansancio, formar parte de esta marea de personas desconocidas, entre las que también se encuentran teresianos y teresianas en distintos lugares de la zona, porque de vez en cuando se cruzan con antiguos alumnos, o se envían mensajes profesores pidiendo ayuda, u ofreciéndose para colaborar. También nos comparten el gozo de abrir su casa y acoger a Miguel Ángel, del colegio teresiano de Sevilla y a Lucía, del de Pamplona.
Nos cuentan que llegan cansadas, sin muchas ganas de hablar, quizá porque la palabra no es capaz de recoger tanto; de su estar en el oratorio sin a veces poder rezar, pero mirando la foto del Cristo de Paiporta cubierto de barro y sostenido por una mano anónima, como esos “otros cristos embarrados” que andan por las calles y sostenidos por tantas manos anónimas. Esas manos que nos decían las tres “van a hacer falta ahora y durante mucho tiempo porque es reconstruir una zona desaparecida”.
Relativamente cerca, otra comunidad teresiana, la de la residencia, donde ayudan y sostienen con su oración y con la cercanía a través de conversaciones y muestras de apoyo. Ellas también han abierto su casa y durante unos días han acogido al doctor D. Antonio Monreal, antiguo alumno del colegio de Zurita de Zaragoza, que ha ido, junto con otros médicos a ayudar.
Y misteriosamente, la otra comunidad que está en Valencia, rodeada de normalidad, porque allí casi ni llovió y la vida sigue prácticamente igual. La mayor dificultad que tienen es acceder a Torrent, o a otras zonas donde podrían ayudar porque las carreteras están cortadas. Nos cuentan que como la generosidad sigue llegando les han pedido ir a colocar alimentos a una parroquia, y con gusto se van a unir a otras personas.
Difícil transmitir en un escrito la vivencia de nuestras hermanas. Sus palabras resuenan desde la convicción que nace de contemplar el desastre: “tenemos que arrimar todos el hombro, es tal la magnitud, que aunque vengan todos los militares, o el Estado, esto es cuestión de todos” …, porque “esto es como un tsunami”.
En estos días, como familia teresiana, nos estamos uniendo desde lo que podemos: desde la oración de hermanas mayores en las residencias y en todas las comunidades, pero también en los colegios, con esa súplica inocente de los pequeños que piden a su amigo Jesús, o con esas cartas que ojalá lleguen a algún niño o niña de las zonas afectadas, con recogidas de alimentos y todo lo necesario; unidas a otras instituciones que están canalizando la ayuda y que permanecerán en las zonas durante tiempo, o a través de FundEO, o como MTA respondiendo desde el lugar donde se está. Ser familia teresiana hoy pasa por ser compañeros y compañeras de camino, reconociendo que con otros muchos y muchas somos ese NOSOTROS que estamos llamados a vivir, y a sostener, aunque sea torpemente y de forma anónima, ese Cristo embarrado que nos recuerda, que aún en los peores momentos, Él está.