Vivo en estos días de “desescalada” sensaciones contradictorias. La vida va pujando y hay que dejar paso a que emerja. Apremia la necesidad de que se mueva la economía de tantísimos sectores de la sociedad. Hay muchísimo empobrecimiento. Pero también el virus de muerte está. Y todos tenemos la responsabilidad de cuidar los unos de los otros, conscientes de la vulnerabilidad colectiva que nos envuelve.
Algo en mí me invita a “no correr” demasiado, a no precipitar el poso de aprendizajes de este período que me llevaran, y nos llevaran, a “salir” para volver a hacer ¡lo mismo! Tengo la sensación de que el trabajo personal y social hacia adentro todavía no ha terminado. Y que de este confinamiento el Espíritu tiene una palabra que decir.
En medio de una coyuntura de confinamiento excepcional y consciente de tanto sufrimiento azuzando a la gente y paralizando a la sociedad, me he reconocido al mismo tiempo recibiendo ¡tanto!… que el verbo que más he conjugado por activa y por pasiva es AGRADECER.
Largas semanas de habitar “la propia casa” y de reconocerla “tan llena de bienes”…, como diría la Santa, que doy gracias al Señor por esta certidumbre de que está, de poder vivir el dolor con sentido, la fragilidad como criatura sostenida en el misterio, y la fe como responsabilidad de cuidado y ayuda para los demás.
Al compás del itinerario litúrgico, he atravesado una Cuaresma-cuarentena de vuelta a lo esencial, de resituar los “imprescindibles”, de simplificar y simplificarme…Y bien quisiera eso saberlo confinar. Sólo saborear el tener casa, comida y trabajo me ha ofrecido una consciencia de privilegiada ¡impresionante!
Me he quedado en casa de mis padres para cuidarlos y siento que son ellos los que me cuidan, me humanizan, me son testigos de oración y sacrificio comprometido con los sufrientes de hoy, me llenan de ternura y me remiten a lo más hondo y esencial de la persona, lo que no se desmorona, el amor que le da consistencia, la reciedumbre de la fe, la limitación confiada en las manos del Señor…
Este año el envío a Galilea que me ha hecho el Resucitado ha sido muy hacia adentro, y a la vez muy permeable a reconocer sus signos por fuera. En comunión de Hermanas. En referencia a mi comunidad, nuestros trabajos y situaciones. En identificación con tantos voluntarios y voluntarias que están dejando cabeza, corazón y creatividad en las Cáritas parroquiales. En complicidad simpática con la ciudadanía que ha estado poniendo al servicio solidario su música, sus saberes, sus tiempos, sus iniciativas. En vinculación con familias y niños que aguantan el tirón casero, con los sanitarios y profesionales que nos cuidan, que investigan y nos sirven…, con quienes están ofreciendo su reflexión crítica ante el desarrollo de las cosas, con quienes sostienen el paro, el duelo o la enfermedad…
Pascua es tiempo propicio para búsquedas. Para compartir cómo vamos viviendo la Buena Nueva. Para poner atención a transformaciones, para insistir en ellas. Una Pascua del Espíritu por delante para reconocer-Le en lo cotidiano, para ir aprendiendo a vivir con la plenitud a la que estamos llamadas, para contribuir a la sociedad de la que queremos formar parte.
Teresa Ros Climent, stj