El día 27 de junio las puertas de nuestra casa de Ávila se abrieron para acoger durante tres días a más de un centenar de jóvenes teresianos llegados de diferentes partes del mundo. Su corazón estaba inquieto por prepararse para vivir la experiencia de la JMJ en Lisboa con hondura.
El primer día nuestro Padre Enrique fue el encargado de encender su corazón y, tomados de su mano, fue un tiempo para acoger la realidad de nuestro mundo a través de testimonios de jóvenes teresianos de diferentes países. Con tiempos de oración, talleres y grupos de vida se determinaron a ser conductores de la llama del amor de Jesús.
El segundo día Santa Teresa los sostuvo en el camino dándoles aliento y confirmándoles en el amor de un Jesús amigo que nos habita y que es chispa que nos lleva a ser imagen suya en nuestro día a día. Fue hermoso ser testigos de cómo sus almas se conmovían al visitar lugares de nuestra Santa y rezar en la capilla primitiva del convento de San José. La noche les abrazó en una vigilia de la luz entorno a la imagen de Teresa que preside el jardín de nuestra casa. Realmente todas sentíamos que nuestros jóvenes eran ¨centellicas¨ en los que el camino de oración estaba acercándoles a Jesús y dejaban descansar sus vidas en sus manos para pensar, sentir y amar como Él.
El tercer día Jesús les sorprendía con una invitación: ¡Levántate y baila! Era el momento de demostrar que con tan buen amigo vale la pena luchar. De reconocer que Jesús es nuestra fuerza, alimento, Palabra y que nos llamaba amigos porque nos revelaba qué hermosa suena la música de Dios en nuestra vida. Y así, como hermanos reunidos en el regazo de nuestro Padre, danzaron y celebraron la vida que se les regala. Una vida que ya no es nuestra, sino que ponemos en sus manos porque es urgente vivir de la luz para acercar a Jesús a tantas realidades dolidas.
El llamamiento de Enrique de Ossó se había hecho vida en ellos y Jesús había acampado en sus corazones. Después de estos tres días de fraternidad nuestros jóvenes tomaban la determinada determinación de vivir como hermanos la JMJ y seguir haciendo camino con todas nosotras para descubrir el proyecto de vida que Dios ha soñado para ellos.
Con el corazón lleno y agradecido el día 1 de agosto ponían rumbo a Lisboa para encontrarse con el Papa Francisco. Esta gran familia se disponía a otro encuentro que macaría sus vidas para siempre.