Se acerca la fiesta de San Enrique, y el pensamiento y la imaginación, la mente… se despiertan buscando algún escrito suyo para refrescar la memoria y calentar el corazón. Traemos a primer plano alguna foto, alguna imagen suya… ¡tantas también en los colegios y algunas en las parroquias que lo conocen y quieren! Y la memoria y el corazón ponen en juego nuestras experiencias en torno a Enrique de Ossó: cuándo y cómo le conocimos, por qué estoy en esta familia, qué me mantiene en ella y con qué horizonte vivo la vida desde esta pertenencia… con qué ojos miro la realidad, qué “aire de familia” me asemeja a los que hacemos juntos el camino y en qué me parezco a él.
Se va reavivando así en nuestra memoria esa pasión suya por ser de Jesús todo, y para Él todo lo que vivía y hacía. Siempre contemplando a Jesús práctico y real y no teórico o ideal, para parecerse a Él en la vida concreta, en el pensar, sentir, amar, conversar… revestirnos de Cristo Jesús, el único negocio y ocupación esencial, primera de todo cristiano[1]. Siempre creciendo en esa relación de amistad que centró su vivir como apóstol y misionero de paz y amor que prometió en su corazón.
“Quien no os conoce no os ama”[2], aprendió de la experiencia de Teresa de Jesús, su maestra y compañera en el camino de seguimiento de Jesús. Y una vez que el conocimiento acerca y enamora, la pasión se vuelve fuego que busca vivir en todo y toda la vida para Él y como Él… siempre los intereses de Jesús por delante. Porque así es el ritmo de esa “respiración” que da señales de que estamos vivos. Así esa corriente de “aire” –conocer y amar– que renueva y da vida en esos dos movimientos -siempre recibiendo, siempre dando-[3] que llenaron toda la vida de Enrique de Ossó: conocer y amar a Jesús y hacerle conocer y amar. Ésa también la misión que nos legó a todos los teresianos en la sencilla vida de cada día y en cualquier tarea a la que nos dediquemos.
A las de la Compañía nos lo dejó claro desde el primer momento: “Esta es la vida eterna, que te conozcan a Ti, el único Dios verdadero, y al que Tú has enviado, Jesucristo” (Jn 17,3). Son las primeras palabras que nos dedica en los Documentos de Perfección y en las Constituciones, expresando con claridad el fin de la Compañía: extender el reinado del conocimiento y amor de Jesucristo por todo el mundo. Antes, en 1875, y de igual modo, a las Hijas de María Inmaculada y Teresa de Jesús más jovencitas en el “¡Viva Jesús!”. Ya lo había expresado también en el Cuarto de Hora de Oración, en 1874, y en la Guía Práctica del Catequista, en 1872: ¿Cómo recibir con agrado lo que da a conocer y amar a Jesucristo, un alma que no lo conoce apenas y no le ama? No crea haber hecho cosa de provecho hasta que vea en sí mismo y en sus encomendados un amor familiar, ardiente, sobre todas las cosas a Jesús; que así estén enamorados de Jesús… En ninguna cosa podéis emplear mejor vuestro tiempo, que en hacer que Jesús viva en los corazones todos, por la gracia de su conocimiento y amor (cap. 3 y 7).
Es el deseo que fue llenando el corazón de apóstol de San Enrique durante toda su vida. Él lo alimentaba en su trato de amistad con Jesús, como lo expresa la Iglesia al reconocerle Santo: has unido maravillosamente, en San Enrique de Ossó, una oración continua con una actividad apostólica incansable. Hasta el final de su vida sigue él expresando el deseo de que todos aprendamos esta “lección”, y nos convida a asistir al menos un mes a la escuela del Corazón de Jesús: para conformarnos con la vida de Cristo Jesús es ante todo menester estudiarla, saberla, meditarla, entrando en los sentimientos, afectos, deseos, intenciones de Cristo Jesús, para hacerlo todo en unión con Él… A hacer conocer, pues, más y más a Jesucristo, es en lo que consiste la vida eterna, nuestra única felicidad en el tiempo y en la eternidad, se dirige este librito. ¡Oh! ¡Qué feliz será el que aprenda cada día esta lección y la practique! Quien tal haga… se transformará en Jesús.
Dice Teresa de Jesús: Trate y piense y se acompañe de los que hicieron tan grandes hazañas por Dios (6M 7,6), para ir por el camino que Él fue y han ido todos sus santos (VII M 10, 12). En las fiestas de los Santos, piense sus virtudes y pida al Señor se las dé (Avisos, 56). Después de traer a nuestra memoria a San Enrique y pensar en él, agradecer el regalo que es para la Iglesia, para quienes nos decimos “Familia Teresiana”, nos queda pedir con confianza a nuestro Dios nos dé sus virtudes.
Termina así su oración: concédenos por su intercesión que perseverando en el amor a Cristo sirvamos a tu Iglesia con la palabra y las obras. Nos anima así la Santa: Tener gran confianza, porque conviene mucho no apocar los deseos, sino creer en Dios que si nos esforzamos, poco a poco, aunque no sea en seguida, podemos llegar, con su favor, a lo que muchos santos llegaron; que si ellos no se hubieran determinado a desearlo y poco a poco a ponerlo por obra, no hubieran llegado a la santidad (V 13, 2).
Conviene mucho,
poco a poco, con su favor, ponerlo por obra. ¡Todo por Jesús!
[1] Un mes en la Escuela del Sagrado Corazón de Jesús. Prólogo.
[2] Exclamaciones 14,1
[3] Savia que circula p.33