“Quien a Dios tiene nada le falta. Solo Dios basta”.
(Sta. Teresa de Jesús)
De estas verdades tan teresianas daba testimonio la vida de M José cuando le sorprendió la muerte el pasado día 4 de febrero de 2022 en la comunidad de Torrent.
Mª José Guardiola nació en Valencia un 24 de junio de 1943. Entró a la Compañía de Santa Teresa de Jesús en Tortosa, el 14 de octubre de 1965. Vivió sus años de juniorado en Zaragoza. Después fue destinada a la comunidad del colegio de Vilanova i la Geltrú, donde fue directora titular. En Zaragoza vivió en varias comunidades en diferentes periodos: Comunidad del colegio Teresiano del Pilar, Comunidad Teresiana de Begoña y Casa de Oración Santa Teresa. También estuvo destinada en Valencia en las Comunidades de Cirilo Amorós, El Vedat, Pérez Bayer, Almazora y últimamente Torrent. Buscadora y profundamente espiritual, participó activamente del proyecto de la Casa de Oración de Zaragoza, donde pasó largos años de su vida que, sin duda alguna, marcaron intensamente su modo de vivir la misión. En varias ocasiones asumió el servicio como coordinadora local y consejera provincial de la entonces Provincia de El Pilar.
Fue una mujer que deseaba a Jesús sobre todas las cosas y buscaba su huella en todo lo que hacía y vivía. Fruto de una experiencia de Dios tan honda como comprometida, dedicó mucha parte de su vida a acompañar a otros en la fe a través de la oración, de la que era verdaderamente maestra. Cultivaba una espiritualidad amplia, riquísima, que se traducía en actitudes de apertura, cercanía, escucha y compasión. Disfrutaba de la vida, amaba la madre tierra y contagiaba el compromiso por una ecología integral. Además, tenía una sensibilidad especial hacia los pobres, en los que descubría el rostro de Jesús y la invitación a seguirle.
Discernidora en lo cotidiano, era una teresiana con profundas raíces y permanentemente en búsqueda de la voluntad de Dios. No existía la rutina para ella: siempre bullendo, como el Amor; siempre lúcida, atenta y creativa para “darse del todo al Todo”. Las hermanas que tuvimos la suerte de compartir la última etapa de su vida podemos decir en verdad que “el amor es paciente, es servicial, no se engríe, se alegra con la verdad…” (1 Cor. 13) porque Mª José nos lo mostraba en gestos sencillos de aprecio, humildad y alegría.
A pesar de sus enfermedades, era una mujer animosa y disponible, que derrochaba energía. El vacío que nos deja es proporcional a la densidad de su presencia, animada por el Espíritu. “Nada de lo humano le era ajeno”: se interesaba por todo lo que sucedía en el mundo, en la Iglesia y en la Compañía.
Últimamente sentía la llamada a acompañar a otros en su paso a la Vida verdadera. Pareciera que el Señor la estaba preparando para su encuentro.