Nuestra hermana ha sido una mujer buena y sencilla, inteligente y leal.
Como hija del pueblo navarro, fue fuerte, autónoma y disponible, siempre a punto para ayudar, acoger y acompañar.
Nació en una cristiana familia de Viscarret, un pueblo de Navarra del que se sentía muy orgullosa y en el seno de una familia de hondas raíces cristianas De joven, estudió en el Colegio de las Teresianas de la Calle Mayor de Pamplona, y allí, su encuentro con Jesús, la llevó a entregarle su vida en la Compañía y como muchos religiosos de esta tierra, marchó América, donde ejerció su apostolado en varios lugares pero sin duda, México le marcó profundamente tanto por lo dilatado de su presencia en esa tierra como por los vínculos de amistad que mantuvo. Regresó a España y, en los últimos años, fue destinada a esta casa en la que ha pasado el último tramo de su larga y fecunda existencia.
Llegó ya muy disminuida físicamente pero aún se le notaba su carácter firme y sus formas de relación marcadas por la amabilidad y la cortesía.
Teresiana a carta cabal y por tanto disponible, de modo que supo acoger desde la obediencia aquello que la compañía le fue manifestando como voluntad de Dios. Prudente y cariñosa en el mandar, humilde y responsable en el obedecer, educadísima en el trato y gozaba de una pizca de vanidad en su porte que entre nosotras, le valió el título de “ Miss Viscarret”, y que aun en sus horas más bajas escucharlo, le sacaba una sonrisa.
Han sido largos años de máxima limitación, y después muchos días en los que sentía que su cuerpo se iba apagando mientras que su corazón y su mente permanecían despiertos, tras una lenta agonía, en silencio y paz, dejó este mundo para acudir al abrazo del Padre a los 96 años de edad.
Su partida nos ha dejado mucha paz.
Unidas a ella, damos gracias porque ya proclama con profundo gozo
“Tu amor y misericordia son ya mi gozo y mi alegría”.