“Pasó haciendo el bien discreta y silenciosamente”, decía una hermana que había vivido con Teresa Calvo hace ya muchos años. Es un resumen muy breve de una vida muy larga, pero expresa mucho de lo que se captaba en el hacer y el estar de nuestra hermana.
Teresa Calvo había nacido en Madrid, el 15 de marzo de 1920. Fue hija única. Entró en la Compañía, en Tortosa, el 23 de junio de 1944, y profesó el 2 de enero de 1947. Su primer destino fue Valladolid donde estuvo trece años dando clase en el colegio, y donde hizo los votos perpetuos. Después, Madrid, en las comunidades de Jesús Maestro, Puebla y Goya. Y en dos ocasiones perteneció a la comunidad de Mora de Toledo donde también estuvo varios años.
Algo que caracterizó siempre a nuestra hermana Teresa fue su rectitud, seriedad y responsabilidad en el trabajo educativo. Como dicen algunas de las que fueron alumnas suyas, no le gustaban las cosas hechas a medias y toleraba mal las faltas de disciplina y orden; sin embargo dicen también que era bondadosa, amable y muy respetuosa en el trato con todos. Exigente consigo misma, llegó a ser meticulosa en el cumplimiento del deber. En comunidad destacaba su disponibilidad para cualquier servicio y su ayuda desinteresada para cualquier suplencia, desde la portería a la vigilancia de recreos y dormitorios de los internados. Siempre estaba dispuesta a ayudar y a quitar trabajo a las demás. En la última etapa de Mora de Toledo ya no tenía clase, pero llevaba la secretaría del colegio con esa organización y perfección que le caracterizaba. En el año 2000 fue destinada a Madrid, Federico Grases, a la comunidad de hermanas mayores.
Las hermanas que vivimos con ella en Ávila Residencia, donde había sido destinada en 2017 conocimos unas facetas de Teresa muy diferentes. Cuando llegó a la comunidad, con sus 97 años, estaba ya en silla de ruedas, muy limitada y con dificultad para recordar, expresarse y mantener una conversación seguida, pero sus respuestas a nuestras preguntas eran agudas, simpáticas y notábamos que se lo pasaba muy bien en todos los momentos comunitarios, cantando y riendo las gracias del momento.
Con la falta de memoria se le borró del rostro la seriedad, pero no se olvidaba de agradecer los cuidados, la cercanía, las caricias de las hermanas y las visitas que le hacíamos en la habitación durante los dos últimos meses, cuando estuvo en cama por una rotura de cadera de la que ya no mejoró. Seguía perfectamente las oraciones que rezábamos con ella cuando íbamos a verla y se unía a los cantos que entonábamos con emoción. Su modo de expresar el contento era con aplausos y risas, cosa que sorprendía a quienes la habían conocido en “otros tiempos”.
El Señor se la llevó a gozar de su presencia el 14 de diciembre de 2018 en la madrugada. Pasó del sueño natural al encuentro definitivo con Él. Tenía 98 años y 74 de vida religiosa. Agradecemos su entrega generosa, sin ruido de palabras, sin esperar recompensas. Sabemos que Jesús la ha recibido con un gran abrazo diciéndole: “Ven sierva buena y fiel, entra en el banquete de tu Señor.