Hna. Eugenia Bermejo Novoa. 26 de septiembre de 2018 (Oviedo, Residencia)

En la madrugada del día 26 de septiembre de 2018,  nos dejó  Eugenia.  Llevaba ya varios días en un estado muy delicado y parece que quiso que nos fuéramos despidiendo de ella poco a poco.

En junio había sufrido un derrame cerebral y, contra todo pronóstico, salió adelante aunque con muchas dificultades de movilidad.  Era una mujer luchadora y quería recuperarse como lo había hecho de las fracturas de húmero y cadera que había sufrido en los últimos años.  Esta vez no pudo ser, la situación era demasiado grave.

Como siempre ante una despedida nos planteamos el sentido de la vida, lo que hemos hecho, y lo que nos queda por hacer. A esto se refería la primera lectura propia del día del funeral del día 27.  Estamos seguras de que Eugenia se presentó ante el Señor con el corazón lleno de nombres: los de su familia a la que quería entrañablemente y de la que siempre estuvo muy pendiente; los de las hermanas,  y los de tantas personas que la conocían y  querían y la recordaban como podíamos constatar  por las muchas llamadas telefónicas que recibía, especialmente de San Juan de Aznalfarache.

Nos recordó nuestro párroco, en la homilía, que despedíamos a una mujer sencilla, que desempeñó las tareas encomendadas con humildad y discreción, pero de tal manera que dejó huella en su forma de acoger a las personas en los lugares donde el servicio que realizó fue la atención de la portería del colegio.  Su palabra discreta, sensata, cariñosa dejaba poso en quien trataba con ella. De ahí ese recuerdo permanente para su persona.

Pasó los últimos años de su vida en Oviedo, después de desempeñar la misión en Salamanca, Pamplona, Huelva y San Juan de Aznalfarache.  Aquí llegó por segunda vez después de los dieciocho años pasados en Andalucía.  Venía muy limitada de la vista y aquí podía recibir la atención adecuada.  Con el paso del tiempo también perdió bastante oído y estas limitaciones le hacían sufrir, pero se esforzaba mucho por participar en la vida de la comunidad y estar al tanto de lo que ocurría. Pedía que se le leyesen los documentos y se le informase de aquello que no había podido escuchar con claridad.  Con sus limitaciones estaba pendiente de todo y solía avisar de las averías de la casa, “veía” las goteras mejor que nadie.

Afinó la vista y el oído del corazón para ir centrándose en lo esencial y amar y aportar cuando otras limitaciones se iban haciendo patentes. Estamos seguras de que fue haciéndose pequeña para entrar por la puerta estrecha. Quisimos escoger para la Eucaristía este evangelio de Lucas, en referencia a las tareas desempeñadas por ella y también porque es nuestra realidad existencial, el menguar para que Él crezca y acoger las disminuciones que la vida nos va presentando.

Te decimos adiós, Eugenia, hasta el cielo, donde seguramente estarás esperándonos en la puerta y nos invitarás a escuchar como tú lo haces ya sin dificultad y a “ver” la gloria de Dios sin ninguna limitación.

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