Nuestra hermana Jesusa Rodríguez se encontró con Dios para siempre en la mañana del 17 de abril de 2019. Era miércoles santo, día en que nos preparábamos para celebrar el amor de Jesús hasta el extremo. Cuando miramos hacia atrás para recordar los últimos días con ella, nos sorprende la rapidez con la que se desarrolló todo.
Jesusa, con 87 años de edad, tenía desde 2015 permiso para acompañar y cuidar a su hermana de 93 años y vivía con ella y su cuñado en Cisla, pequeño pueblo de la provincia de Ávila donde habían nacido. Disfrutaba y recuperaba fuerzas cuando venía a la comunidad para estar unos días. Siempre aprovechaba para hacer retiro y pasar largos ratos con el Señor. Decía que se iba renovada, pero notábamos que la última temporada estaba más débil y más cansada que de ordinario, hasta que, debido a una infección respiratoria y otras complicaciones, tuvo que quedarse en Ávila y ya no regresó al pueblo para continuar cuidando a su hermana. En solo dos meses y medio, el Señor se la llevó a descansar con Él para siempre después de varios días hospitalizada en distintos momentos.
Jesusa entró en la Compañía en Ávila, el 15 de octubre de 1967; hizo sus primeros votos el 1 de mayo de 1970 e inició el juniorado en Madrid, Jesús Maestro. En el año 1972 fue destinada a Ávila, Noviciado donde se encargaba del ropero y otras actividades de la casa, y en 1975 a la comunidad de Madrid, Jesús Maestro en la que permaneció hasta 1989, fecha en la que fue destinada a Roma, Casa General. Regresó a Ávila, Casa de Ejercicios, en 2005 y en esta misma casa, que llamamos ahora Residencia enfermería, residía cuando el Señor vino a buscarla.
Quienes conocimos a Jesusa sabemos de su entrega y disposición para ayudar en todo lo que fuera necesario. Era una persona trabajadora y tenaz, mujer de fe y oración, con un temperamento fuerte que le ayudaba a superar dificultades, pero que era también la piedra de tropiezo que le servía para crecer en humildad. Al ocuparse durante mucho tiempo de la sacristía, pudimos descubrir en ella los detalles y el cuidado que ponía en el arreglo y la preparación del altar y la capilla. Tenía también una especial habilidad para la costura y las labores.
Dios, rico en misericordia, le concedió en esta recta final el don de la paz y la reconciliación mediante los sacramentos que pudo recibir en el hospital con total lucidez, alegría y agradecimiento. Jesusa era consciente de que el final estaba cerca, había pedido insistentemente el sacramento de la unción de enfermos y se le notaba feliz durante la celebración, que terminamos con un canto de acción de gracias entonado por ella misma con dificultad. Se la veía confiada y segura. Sentimos entonces con ella que “todo se había cumplido”, que Dios la esperaba pronto con los brazos abiertos. Una de las frases que más repetía en estos meses de enfermedad era: “Lo que Dios quiera” y sabíamos que lo decía de verdad, aunque le dolieran el cuerpo y el alma. La fe nos asegura que ya descansa en las manos del Padre; en ellas está todo lo que han sido su vida y su misión.