Hna. Carmen Alfaro Bozalongo. 22 de febrero de 2019 (Padova)

Maria del Carmen Alfaro Bozalongo nace en 1942 en Calahorra (La Rioja). En  1964 ingresa en la Compañía en el noviciado de Tortosa, y tres años más tarde, es destinada a Roma, al juniorado internacional “Pablo VI”. En 1970 regresa a España y vive en las comunidades de Valencia y Tortosa-colegio; y en 1975 es destinada a Padova. Cuarenta y cuatro años entregados en el Istituto Teresianum, y en aquella ciudad donde llegó a hacerse una de tantos. Desde Padova, que sentía como su casa, fue llevada a la Casa del Padre el día 22 de febrero de 2019.

“Creo en Dios Padre … en la resurrección de la carne. CREO”.

No lloréis. Estoy mejor que vosotros.

Cantad: «Tu quando verrai». Es alegre y esperanzador ¡y … me gusta!

Me gustaría cantar con vosotras: YA TODA ME ENTRGUÉ Y DÍ.

ESE ES EL PASO IMPORTANTE.

Os confieso que he sido feliz y he vivido siempre contenta. Ningún arrepentimiento de la decisión tomada, aunque, según mi madre, no sabía lo que hacía. ¡VAYA PADRES ME TOCARON EN EL REPARTO! UNA GRACIA ENORME.

A TODOS LOS QUE DE ALGUNA MANERA HAN TENIDO QUE VER EN MI VIDA … ¡¡¡ CUÁNTAS PERSONAS!!! UN GRACIAS ENORME.

Hija de la Iglesia”.

                   (Fragmentos de una carta – testamento dejada a su Comunidad y a su familia).

Todo acontecimiento de la vida lleva consigo mensajes y nos obliga a profundizar en el sentido de nuestro vivir. Y esto ha sucedido de forma clamorosa con la muerte de Carmen, una ausencia repentina e inesperada. La inmediata y afectuosa reacción de buena parte de la ciudadanía de Padova, la participación de tantísimas personas unidas a la Comunidad Teresiana con vínculos antiguos y nuevos, ha sido una experiencia concreta vivida por todos: la importancia – incluso social – de cualquier vínculo educativo.

Al reconocer lo que ha sido la vida entrga de nuestra hermana, se ha reafirmado con fuerza el papel de la escuela – de la escuela católica en particular – ese trabajo escondido, constante, sin resultados inmediatos… trabajo realizado con pasión, con entusiasmo y creatividad, movido por el inagotable carisma teresiano que Enrique de Ossó dirigió hacia la escuela, en definitiva un trabajo rico de frutos.

A travès de la vida de Carmen, de su carácter y en su fuerte personalidad, surgió con fuerza otro profundo mensaje:  amaba su vocación, vivía de manera participativa la evolución de la Compañía, amaba la enseñanza y tenía una predilección total por Padova, “su ciudad”. Aunque su estilo directo y “provocador”, aparentemente encajaba mal con el modo de ser padovano, no fue un obstáculo para entablar relaciones profundas y duraderas. Al contrario, al final se ha recoocido en ella la profundidad de sus valores explicitados siempre con gran afecto.

Al despedir a Carmen, constatamos cómo la llamada del Señor es siempre libre y no sujeta a nuestros condicionamientos o planes. Él concede sus dones  en abundancia cómo y donde quiere, y por ello también los recoge.

Por nuestra parte un GRACIAS a nuestro Señor por el don de la vida de Carmen.

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