Vuelta a “la siembra” al comenzar nuevo curso, donde cada uno vivimos… Se elaboran planes mirando al horizonte y pisando la realidad, teniendo en cuenta los contextos y, sobre todo a las personas. Aparecen las programaciones que intentan escuchar y buscar los medios para vivir eso que vemos o intuimos. Y entramos entonces, como dice la canción, en el tiempo de los intentos, donde sólo el amor alumbra lo que perdura y convierte en milagro el barro… y donde debes amar la arcilla que va en tus manos.
En este tiempo de los intentos que estrenamos y para este vivir cotidiano, dice Teresa de Jesús, que ha de hacer cuenta el que comienza, que comienza a hacer un huerto en tierra muy infructuosa que lleva malas hierbas, que es Dios quien las arranca y ha de plantar las buenas, y que hemos de procurar, como buenos hortelanos, que crezcan estas plantas y tener cuidado de regarlas para que no se pierdan, sino que vengan a echar flores que den de sí gran olor[1]. Lo expresaba ella para explicar el camino de la oración, Y añade que, cuando se va avanzando, quiere el Señor aquí ayudar al hortelano de manera que casi Él es el hortelano y el que lo hace todo[2].
El Papa Francisco enfoca esta mirada en la verdadera protagonista, la semilla, que produce mayor o menor fruto según el terreno donde cae… Nosotros somos el terreno donde el Señor arroja incansablemente la semilla de su Palabra y de su amor. Podemos plantearnos la pregunta: ¿Cómo es nuestro corazón? ¿A qué terreno se parece: a un camino, a un pedregal, a una zarza? Depende de nosotros convertirnos en terreno bueno sin espinas ni piedras, pero trabajado y cultivado con cuidado, a fin de que pueda dar buenos frutos para nosotros y para nuestros hermanos.
Mirar al campo o a la semilla, al sembrador o al hortelano, es situarnos una vez más en el camino de la vida junto a las personas y compañeras/os con quienes escribimos humildemente este tramo de la historia, pudiendo elegir, más que los acontecimientos, el modo como queremos vivirlos.
En nuestro mundo globalizado, a la vez que contamos con esta mirada a nuestro contexto, se nos acercan Afganistán y el sufrimiento de tantas personas, la última ola de la Covid-19 y las vacunas que van ayudando a reducir la gravedad de sus efectos, los bebés que nacen y alegran a tantas familias y los que mueren o son maltratados por padres inconscientes, la preocupación por el cuidado de nuestros mayores y la soledad o enfermedad de quienes nadie atiende, el sufrimiento de la tierra por devastadores incendios o el desastre ecológico del Mar Menor y el pequeño gesto que salva al planeta, la violencia que mata a mujeres día a día, la creciente agresividad de algunos jóvenes en la calle y los que colaboran como voluntarios en tantas instituciones, la obsesión por el propio bienestar y el apreciar la riqueza y la belleza de las semillas de la vida en común que hay que buscar y cultivar juntos[3], la siempre nueva llegada de inmigrantes -cada vez más mujeres y niños- a nuestras costas y los que mueren cruzando fronteras como precio de un sueño… así podríamos seguir.
La Santa, desde su experiencia, como mujer tan práctica para la vida concreta, dice después de esa explicación sobre el cuidado de la huerta y el trabajo de los buenos hortelanos: pues veamos ahora de la manera que se puede regar, para que entendamos lo que hemos de hacer[4].
Pues veamos ahora en nuestra realidad, con quienes vivimos, nos relacionamos y caminamos, de la manera que se puede regar este campo que se nos ha dado, para que crezcan esas semillas que no hemos elegido, con los compañeros que forman parte de nuestra historia y misión en la vida… ¡Será más que un plan o una programación en este nuevo curso! La palabra fundamental es la vida que se entrega.[5] ¡Buen camino!
Isabel del Valle
[1] Libro de la Vida 11,6
[2] Vida 16,1
[3] Papa Francisco. Fratelli Tutti, 31
[4] Vida 11,7
[5] Miguel Márquez, OCD. Pliego nº 3.238, septiembre de 2021, Vida Nueva