Vamos ya avanzando el curso y hace días que una antigua canción de Kairoi me acompaña por dentro: Comenzar nunca es fácil, ¿sabéis? Lo importante es querer caminar, y forjar día a día los sueños. Nuestra voz, vuestra voz se unirán… Y quiero compartir desde aquí en este inicio de curso el deseo de ese “querer caminar” con los pies en el suelo, alentados por “los sueños”, poniendo el corazón y un pie detrás del otro, como dice Pedro Casaldáliga.
Es tiempo para todos de retomar organización y sanos ritmos de vida, proyectos y tareas con renovado sentido. Y de seguir estrenando cada mañana ese aprendizaje de “amanecer” con la mirada de Dios en el corazón, para encontrarle en todo y en todos y darle gloria con nuestra vida cotidiana.
Estos días leemos en la liturgia de la Palabra el libro de Esdras. Me llamó la atención la secuencia de la reconstrucción del templo de Jerusalén por un pueblo desterrado, con un sentido de pertenencia probado con obras y muy profundo. Lo deseé para todos los teresianos. Dice allí Ciro, rey de Persia, movido por el Señor: “-Los que de entre vosotros pertenezcan a ese pueblo… que su Dios los acompañe, y suban a Jerusalén para reconstruir el templo del Señor… la gente del lugar les proporcionará lo necesario. Entonces, todos los que se sintieron movidos por Dios… se pusieron en marcha y subieron a reedificar el templo de Jerusalén. Sus vecinos les proporcionaron de todo. De acuerdo con sus posibilidades, entregaron sus dones al fondo del culto… y los israelitas se reunieron todos en Jerusalén como un solo hombre”.
El texto está plagado de señales de viva pertenencia y sentido corporativo, considerándose un pueblo, una familia: se sienten movidos por Dios y se ponen en marcha, cada uno desde sus posibilidades participa, entrega lo que tiene, se unen “como un solo hombre” y construyen juntos.
También reconocí otras señales de lo que en la vida nos pasa: “Cuando terminaron de echar los cimientos, alabaron y dieron gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia… Muchos otros, que habían visto con sus propios ojos el primer templo, se lamentaban a voces, mientras otros muchos lanzaban gritos de alegría… Algunos, cuando se enteraron de que estaban reconstruyendo el templo del Señor, dijeron: vamos a ayudarlos… pero ellos dijeron: no edificaremos juntos el templo de nuestro Dios. Lo haremos nosotros solos. Entonces algunos se dedicaron a desmoralizar y atemorizar a los que estaban construyendo, para que dejasen de construir… Se suspendieron las obras del templo de Jerusalén y estuvieron paradas…”.
Al final, el templo se reconstruyó y el pueblo celebró la Pascua… pero ¡qué caminos tan humanos entre deseos, sueños y contradicciones, con nuestros dones y límites! Necesitamos acoger y vivir eso que dice Teresa de Jesús de que “cada uno procure ser piedra tal con que se torne a levantar el edificio” (F 4,7). Nuestra motivación y el horizonte de sentido son fuertes cimientos para la construcción, como ese “maderamen” (Esd 5,4) que estaban armando los que construían juntos el templo de Jerusalén. ¡No dejemos que se nos nuble el sentido ni que la mediocridad arruine la construcción! Una canción que canta Rozalén con Estopa, dice: “si alguien detiene mis pies, aprenderé a volar” … “Somos cimientos de los que han de venir”, dice también la Santa (F 4,6). Pues ánimo en este comienzo, en las oportunidades que nos ofrezca la vida en el camino, y “mire cada uno cómo construye” (1 Cor. 3,10). Aquella letra de Kairoi nos recuerda los “materiales”: “En vosotros está la verdad. No dudéis, avanzad sin temor. Codo a codo abriremos camino. Nuestra voz será un grito de paz, de amistad, de esperanza y perdón. Sólo así nacerá nueva vida. Vuestra voz, nuestra voz se unirán”.