«Cada vez… si ves»

Lo hemos oído repetidamente en esta semana santa, al acercarnos a la mesa de la Palabra y el Pan: Haced memoria Mía, cada vez que comáis de este pan y bebáis de este vinoCada vez. Es memoria cordial y memoria de fe. Es memoria de familia y de comunidad creyente. Es memoria obediente, de quien escucha y quiere vivir como el Maestro. Y así ese cada vez puede alimentar la pertenencia y renovarla, como renueva todo el amor si está cuidado, vivo y despierto.

Os comparto que en esta ocasión, ese cada vez del jueves santo me llevó al de Mateo 25, donde el amor se concreta cada día, cada momento y en las ocasiones que la vida nos ofrece reconocer al Dios encarnado en quien creemos, en las personas que en distintas situaciones necesitan alimento, compañía, sentido para vivir, paz en su corazón y en su vida, liberación… y escuchamos también: cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis hermanos pequeños, a Mí me lo hicisteis. Cada vez de nuevo…

Teresa de Jesús lo dice de otra manera con un ejemplo bien claro en las V Moradas 3, 11: Cuando yo veo almas muy diligentes a entender la oración que tienen y muy encapotadas cuando están en ella, que parece no se osan bullir ni menear el pensamiento porque no se les vaya un poquito de gusto y devoción que han tenido, háceme ver cuán poco entienden del camino por donde se alcanza la unión, y piensan que allí está todo el negocio. Que no, hermanas, no; obras quiere el Señor, y que si ves una enferma a quien puedes dar algún alivio, no se te dé nada de perder esa devoción y te compadezcas de ella; y si tiene algún dolor, te duela a ti; y si fuere menester, lo ayunes, porque ella lo coma… Esta es la verdadera unión con su voluntad, y que si vieres loar mucho a una persona te alegres más mucho que si te loasen a ti. Esto, a la verdad, fácil es, que si hay humildad, esta alegría de que se entiendan las virtudes de las hermanas es gran cosa, y cuando viéremos alguna falta en alguna, sentirla como si fuera en nosotras y encubrirla.

En la mesa y en la vida, hacemos memoria de ese cada vez, que nos lanza a ser don para los demás, con la condición de que si vesno se te dé nada de perder lo que traes entre manos. Como Bartimeo, con su grito: Maestro, que vea, perdido ya el manto en el camino. Como Zaqueo, subiendo para ver a Jesús y bajando, después de ser visto, para concretar esa mirada con la apertura de su casa. Como el samaritano, que viendo se compadece, baja de la cabalgadura, cura, lleva a la posada y paga para que sigan atendiendo al malherido. Como la mujer que ve a Jesús entre la multitud, y al acercarse a tocar su manto, es curada y bendecida…

Hay otro cada vez que me llega ahora a la mente y al corazón, y que me da alegría compartir también hoy: Alguien nos dijo en su despedida: Yo estaré siempre con vosotros… Ese siempre es cada día. A este Dios que nos acompaña cada día, me lo imagino sonriendo como el Cristo de Javier, mientras entrega la vida. Así nos contempla en nuestros caminos y quehaceres diarios, como dice Karl Rahner: Dios sonríe… sonríe en el cielo de todas las oscuras complicaciones de la historia. Pero Dios ríe con calma. Y con ello afirma que incluso la más pequeña sonrisa pura y delicada, que brota de no importa dónde, desde un corazón recto… es una señal del Dios vencedor… que vio que, en definitiva, todo era bueno.

En medio del contexto en el que vivimos y atentas a la realidad mundial, nacional y local que nos concierne e interpela, hacemos el camino pascual compartiendo Palabra, vida y pan, para ayudarnos a ver mejor, y para hacer posible ese cada vez del don.

¡Feliz Pascua de resurrección!

Isabel del Valle, stj

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