¿ALGUIEN TIENE PAN?

Proponía hace poco Javier Melloni sj, en un retiro antes de la Pascua, empezar por la pre-Pascua… ahora es común oír hablar de pre-boda, de pre-party, de pre… Melloni se refería a un pasaje de la vida de Jesús en el que Él, y los discípulos después, tienen que vivir un paso importante en sus vidas: pasar en plena noche a la otra orilla del lago, rompiendo con una experiencia de engañoso éxito después de la multiplicación de los panes (Jn 6). Y viven ahí una experiencia de lo que luego será Pascua, paso definitivo y verdadero.

Necesitamos ser alcanzados en nuestra hondura, allí donde mente y corazón son uno, para recibirle y reconocerle no sólo resucitado, sino también resucitando. Esta irrupción adviene, pero hay que disponerse y dejarse afectar de manera que transforme la totalidad de nuestra persona… La verdad a la que conduce el Espíritu es el reconocimiento de que donde hay vida vivida desde la donación, está su Presencia. Quien vive abierto tiene acceso a ese centro que el Espíritu expande por doquier, lo cual se reconoce en la calidad de una existencia descentrada de sí. Los signos son: «amor, alegría, paz, comprensión, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre y dominio de uno mismo» (Gal 5,22).[1]

Siempre serán señales, del Amor que no se ve, las de la vida concreta que se ve, las de esa vida descentrada y abierta a los demás, las que se encarnan donde nada de lo humano nos es ajeno, esa vida que llama el Papa en salida…

“¿Alguien tiene pan?” preguntó Jesús para vivir el amor concreto ese día, entre una multitud hambrienta… Y comenta Melloni: Un niño se presenta ante los discípulos y dice: esto es lo que tengo. Un pedacito de pan que se había llevado de casa. Con ese poco y ese todo de ese niño, comienza la abundancia. Al ver la multitud lo que había dado el niño, empezaron a recordar que también algunos habían traído algo y comenzaron a compartir lo que habían traído en la bolsa o en el bolsillo. Y cuando todos nos ponemos a compartir, hay para todos y sobra. Después de esto, hay euforia y buscan a Jesús porque ha saciado sus deseos y le quieren hacer rey. Y Jesús les deja y se va a la otra orilla del lago.

Es lo que tienen que hacer los discípulos en esa pre-pascua, cruzar el lago y pasar a la otra orilla, de noche, con tempestad y miedo, y sin Jesús… cuatro signos de muerte. Cuando los discípulos se ponen en marcha, en medio del lago, escuchan la voz de Jesús: “Soy Yo, no tengáis miedo”. Es la Pascua, el paso a otro nivel, con ese “Yo soy” liberador del miedo y la angustia, de la noche y la pérdida de sentido, y es el paso al centro de nuestro ser, donde lo mejor de cada uno nos lleva a reconocer dónde está la vida verdadera y a compartir el poco pan de cada uno para que todos tengamos y sobre.

Dice una canción: Para encontrarte saldré del amor que me encierra, del querer que me aísla, del interés que me ciega.[2] En el cada día donde nos encontramos amenazados de resurrección[3], no de muerte[4], creemos como cristianos y nos espera la vida concreta en el amor que recibimos y que, si está vivo, despierta el “compartir el pan”. Entonces es Pascua cada día, pasamos de la muerte a la vida y somos testimonio de esperanza de futuro.[5]

                                                                                                   Isabel del Valle

[1] Melloni, Javier. El Cristo interior. Herder editorial. 2010. Barcelona

[2] Para encontrarte, del CD SJ Ignacio íntimo

[3] Amenazados de resurrección. Retiro con Javier Melloni sj. https://youtu.be/WfklQtpK3uU

[4] José Calderón Salazar, periodista guatemalteco. https://reflexiondeldia.eu/es/reflexion.php?idReflexion=2250&fecha=2019-05-02&idCategoria=18

[5] San Óscar Romero

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