Jubileo de los jóvenes (3ª parte)

Compartimos la última experiencia de un joven que participó  en el Jubileo. En esta ocasión, es Pablo, antiguo alumno de Madrid, quien nos habla de lo que ha vivido durante esos días.

 

Hace unos días regresé de la experiencia que más me ha marcado hasta ahora. Aunque sigo con resaca emocional, sentía la necesidad de escribir sobre lo vivido, de poner en palabras aquello que sigue resonando con fuerza dentro de mí.

Al Jubileo llegué con miedo. Miedo de no encajar, como me ocurrió en la JMJ. Miedo de que todas las expectativas que había depositado en esta experiencia se vinieran abajo. Miedo de que la esperanza puesta en Dios no consiguiera vencer al temor al que me empujaba la razón.

Las dinámicas iniciales en el colegio no ayudaron mucho. Además de acabar con el hombro destrozado en una de ellas, sentía que mi corazón necesitaba algo más profundo, algo que no fuera forzado, que no naciera de una actividad programada, sino del encuentro real. Pero para eso aún había que esperar. Esa respuesta que tanto buscaba no llegaría hasta la vuelta en autobús, días después.

Una vez en Roma, todo empezó a cambiar. Pude hacer algo que me apasiona: enseñar a quienes me acompañaban sobre la historia que guarda cada rincón de esa ciudad eterna. Me sentí escuchado, valorado, plenamente presente.

Peregrinamos al Vaticano, donde simbólicamente pude cargar mis cruces y ponerlas a los pies del Señor. También visité la tumba de san Juan Pablo II, mi referente en la fe, que con su icónico «¡No tengáis miedo!» me recordaba que debía seguir confiando, que la respuesta llegaría, aunque aún no supiera cuándo.

El viernes fue un momento clave. Por la mañana, la reconciliación nos llevó a reconocer nuestras faltas ante el Señor. Por la tarde, vivimos uno de los grandes hitos de la experiencia: el encuentro de españoles en la Plaza de San Pedro. Acompañado de Rosa, presenté al Señor no solo mis propias cruces, sino también aquellas que mis compañeros cargaban con una sonrisa en el rostro, sin mostrarlas, sin palabras, pero tan reales como las mías.

El sábado, tras una larga caminata a Tor Vergata, asistimos a la vigilia con el Papa. Allí, el Señor nos regaló el privilegio de ver al Santo Padre muy de cerca, y sentir cómo su mirada atravesaba nuestras corazones. Durante la vigilia, el Papa respondió a tres preguntas que marcaron profundamente mi interior.

La primera fue sobre la amistad. Citó a san Agustín: «Ama verdaderamente al amigo quien ama a Dios en el amigo», y añadió que cuando nuestras amistades reflejan ese vínculo con Jesús, se vuelven sinceras, generosas y verdaderas. Dijo también que la amistad puede cambiar verdaderamente el mundo, que es el camino hacia la paz. En ese momento llegó la primera gran respuesta que buscaba: comprendí la importancia de las amistades como camino hacia el Cielo. Miré a mi alrededor y vi a grandes personas con las que compartir el mayor regalo que Dios me ha dado, mi fe.

La segunda pregunta fue sobre el valor de decidir. El Papa citó a san Juan Pablo II: “Es a Jesús a quien buscáis cuando soñáis la felicidad; es Él quien os espera cuando no os satisface nada de lo que encontráis; es Él la belleza que tanto os atrae; es Él quien os provoca con esa sed de radicalidad que no os permite dejaros llevar del conformismo; es Él quien os empuja a dejar las máscaras que falsean la vida; es Él quien os lee en el corazón las decisiones más auténticas que otros querrían sofocar.” Estas palabras tocaron algo muy profundo en mí. Me hicieron entender que debía confiar en Dios, dejar de resistirme y dar espacio a la esperanza, aunque no viera claro el camino.

La tercera y última pregunta fue sobre la llamada al bien. Para responderla, el Papa parafraseó a Benedicto XVI, recordándonos que quienes creen nunca están solos y que Cristo se encuentra en la comunión de quienes lo buscan sinceramente. Tras estas palabras, llegó uno de los momentos más intensos: la adoración. Frente al Santísimo, me desvanecí. Decidí soltar todo aquello que llevaba arrastrando durante meses y ponerlo en las manos de Dios. Lo hice con miedo, pero también con una confianza nueva, nacida de todo lo vivido. Solo Él puede darme la paz y la felicidad que tanto anhelo.

A la mañana siguiente, con apenas unas horas de sueño, volvimos a encontrarnos con el Papa en Tor Vergata para celebrar la Eucaristía. Y nos volvió a dar la oportunidad de verle pasar a escasos metros . En su homilía, citó palabras que aún resuenan dentro de mí, esta vez del Papa Francisco en la JMJ de Lisboa: “Cada uno está llamado a confrontarse con grandes preguntas que no tienen una respuesta simplista o inmediata, sino que invitan a emprender un viaje, a superarse a sí mismos, a ir más allá, a un despegue sin el cual no hay vuelo. No nos alarmemos, entonces, si nos encontramos interiormente sedientos, inquietos, incompletos, deseosos de sentido y de futuro. ¡No estamos enfermos, estamos vivos!” Y allí, en mitad de una explanada, rodeado de jóvenes que apenas conocía desde hacía una semana, Dios me dio la señal que tanto tiempo llevaba esperando.

Pero quizás lo más especial de esta experiencia no fue un lugar, ni un momento concreto, sino el sentirme acompañado, escuchado, querido. Me he sentido parte de algo más grande que yo. He aprendido que cuando uno se entrega con sinceridad, Dios actúa incluso en lo más cotidiano, en una bendición improvisada antes de comer, en un gesto de ayuda o en una mirada cómplice, Él se hace presente.

Después de la Eucaristía, emprendimos el viaje de regreso a Madrid sin imaginar que la noche aún nos tenía reservada una última joya. Mientras muchos dormían, un pequeño grupo compartimos nuestras certezas, nuestras dudas, nuestras heridas. Hablamos de los pilares de nuestra vida, nos abrimos con humildad, y fuimos testigos de cómo la vulnerabilidad, cuando se pone en manos de Cristo, se convierte en fortaleza.

Ya en Madrid, nos esperaba una sorpresa: no había agua para ducharnos. Lo que podría haber sido un motivo de queja, se transformó en un ejemplo de virtud. Cada uno dio lo que tenía para que todos pudiéramos ducharnos. La alegría no desapareció en ningún momento. Al contrario, se hizo aún más evidente. Tras la mejor ducha de mi vida, un rato en casa de Álvaro y reflexiones hasta las 6:30 de la mañana, concluyó la primera fase de esta experiencia. Porque sí, esto no ha terminado. Ahora empieza la parte más importante: ser testimonio. Mostrar a Dios en lo cotidiano, en nuestro entorno, en un día duro en la universidad, en un examen, en una conversación informal, en la rutina. A eso hemos sido llamados. Como dijo el Papa, “cuando un joven arde por el amor de Cristo, el mundo entero lo nota”.

Hoy, con algo más de distancia y con todo lo vivido aún latiendo dentro de mí, vuelvo al presente sabiendo que he encontrado la felicidad en darme a los demás. Y pongo en manos de Dios a cada uno de vosotros, para que nada ni nadie os arrebate nunca eso tan bonito que lleváis dentro: la fe de Alicia y su forma de transmitir a Dios en todo lo que hace, la entrega de Carlos hacia los demás, la vitalidad y sonrisa de Esti, el amor y acompañamiento de Cata, la espontaneidad de Álvaro, los pilares y la forma tan bonita de agradecer de Ángela, la inteligencia de Bruno, la sonrisa de María y Valeria, la forma en que Eva transmite su cariño, la alegría con la que Carla llena todo, la facilidad de Loreto para integrarse, la entrega de Laura, el cuidado silencioso de Juan, la confianza de Martina, el esfuerzo de Gema, Rosana, Isabel, Mercedes, Carmen y Raquel que han permitido que esta experiencia haya sido inolvidable.

Llegué a esta experiencia sin entender nada de lo que estaba sucediendo, y aunque regreso sin tener todas las respuestas, me he entregado a Dios, Aquel que permite caminar sobre el agua. Y con Él, todo es posible. He conocido a personas que, de corazón, espero que me acompañen en el viaje de la vida, jóvenes que son luz en mitad del tiempo oscuro que vivimos. ¡Gracias, chicos!

                                                                                                            Pablo, antiguo alumno de Madrid

 

 

Esta página utiliza cookies para mejorar su contenido.    Más información
Privacidad
X