Sí, otra Hna. que ha llegado a esta edad, Emiliana Hospital.
El día 7 de julio, por la mañana entraba en el comedor del brazo de M. Ángeles Moraleda, no utiliza bastón, para dar solemnidad al momento, y lo primero que nos dijo fue que no le parecía que tenía tantos años…
Estaba emocionada, disfrutó de cada instante de un día que comenzó lluvioso y que trae a la memoria un texto del salmo 65:
Tú cuidas de la tierra, la riegas
y la enriqueces sin medida.
O este otro de Isaías 55:
Como bajan la lluvia y la nieve del cielo, y no vuelven allá, sino que empapan la tierra, la fecundan y la hacen germinar, para que dé semilla al sembrador y pan para comer…
Acompañamos a Emiliana en su acción de gracias, en su deseo de seguir siendo de Jesús y de ser mejor persona, como le escuchamos que dice en la capilla más alto de lo debido porque algo tiene que fallar y no oye bien. Sí, su deseo es seguir recibiendo las bendiciones de Dios, el agua viva, que la van transformando.
En la homilía Chema Hevia, nuestro capellán, recordaba dos cosas, los muchos ratos que pasa en la capilla, dejándose mirar por el Señor y los genes que comparte con Anselmo Polanco, de la orden de san Agustín, obispo de Teruel al que mataron en 1939 y tío de Emiliana. Como curiosidad, una reliquia de este beato está en la cruz pectoral que regalaron los agustinos a León XIV cuando lo hicieron cardenal. Emiliana recuerda mucho a su tío Anselmo.
También estuvieron con ella algunos de sus sobrinos.
Le hacía mucha ilusión llegar a los cien. Como las velas que se consumen y se van haciendo más pequeñas. Le pedimos al Señor que este abajamiento sea para que Él crezca y damos gracias por su vida, sencilla, siempre implicada en la atención a las personas y en estos últimos años, aunque ahora ya no, en las labores, perfectas, con la máquina de coser y en el cuidado exquisito de las plantas.
Sigue recorriendo tiesa, aunque encorvándose poco a poco, los pasillos de la casa y nos testimonia la entrega serena mantenida con el paso de los años.
Marta Suárez y Carro, stj